Sabrás
que nunca te pedí nada;
sin embargo,
quizás, fue cruel, arbitraria,
mi decisión de limitarte
a ese reducido espacio;
no importa si otro, antes,
lo había hecho,
en otro sitio;
sé bien
que no tengo derecho,
¡en absoluto!
a apropiarme de tu verde, refrescante
existencia;
como vos,
ninguno de tu ámbito
lo hace
con ninguno,
por ningún motivo;
no sos un florero, un cuadro,
un sillón,
un objeto cualquiera
que coloco, re-ubico
donde, cuando quiero,
o lo quito
o lo cambio.
Estás vivo.
Sos.
¿Y si ese no era el lugar indicado?
sé que te sacuden vientos muy fuertes,
en esas noches heladas;
lluvias torrenciales
te inclinaron una vez.
Tuve miedo.
El miedo estaba en mí,
pequeña humana,
pequeña, débil humana.
Nunca en vos.
Sé también que el sol arde en tus ramas
todas las mañanas,
en primavera, en verano;
sé de ese calor, en ocasiones, insoportable
que pesa sobre tu follaje;
aun así,
no sabés de temores,
ni de mentiras,
ni de quejas,
competencias, especulaciones,
envidias y tantas, ¡tantas
de nuestras vulnerabilidades!;
seguís ahí,
mientras, con cierta ingenuidad,
lamento,
me cuestiono
tu situación;
sé que permanecerás
allí mismo
o tal vez, otro sea tu destino;
como sea,
sobrevivirás
el tiempo que te ha sido destinado,
sin haber, siquiera, vislumbrado
las temibles oscuridades que en ocasiones,
nos asfixian;
los prolíficos demonios,
empeñados en seducirnos,
para someternos
a su antojo;
pobres seres,
pobres tontos, infelices, seres
que no podemos vivir,
que no sabemos vivir,
ni aceptar, ni entender,
ni comprender,
ni olvidar tantos rencores;
¡que somos capaces de amar a alguien
para acabar
destruyéndolo!
para luego llorar, hasta secarnos,
cuando ya es tarde,
muy tarde.
¡y hacemos lo mismo o mucho peor
con nosotros!
¡humanos!
cuán diminutos
frente a tu ¿pequeña?
grandeza.
No hay comentarios:
Publicar un comentario