Les creí
y enfermé
anímica, espiritualmente.
Tuve que ver,
tuve que oír,
releer
al grande, ¡al más grande de todos!
lloré.
Mucho.
¿Cómo pude permitir
el empeño de ciertos seres
en apagar mis otrora incesantes llamas,
mi sentido?
hoy,
el fuego fatuo;
¡intenten apagarlo,
si se atreven!
el fuego que no daña,
que brinda calor,
sin esperar nada,
que estalla en miles de chispas de miles de colores
que son palabras,
que son voz,
que son latidos.
No me había dado cuenta
de que durante mucho tiempo
creí, solo creí
estar viva.
No pude crecer, tal vez,
lo que hubiera deseado,
al no lograr separar
este sendero privado, mágico
de tanta basura,
de tanto horror,
mentiras, miedos.
Sobreviví
y por eso estoy de nuevo
y quiero contarles.
Hubo veces
en que me ocultaba
para escribir
en medio de rostros agrios,
enmarcados en escenarios tediosos,
grises, abúlicos:
esas caras secas,
esos fingimientos,
ese "hacer de cuenta"
de que se hace;
si pude con eso,
puedo, podré
con esto
y más;
provista
tan solo de alguna lapicera o similar,
alguno que otro papel o varios,
donde, cuando puedo,
como sea,
igual que antes,
plena de ese ímpetu, esa generosidad
de mi pensamiento, de mi alma!
esa fe, poderosa,
en mi vocación;
mis letras, indeclinables,
imparables, compañeras de dolores,
de gritos mudos, de goces ocultos;
volví.
Volvió mi risa
al darlo vuelta todo
y verlo, olerlo, absorberlo,
desde otra perspectiva.
¡Un aire distinto!
aquí, un retazo
de lo que vendrá;
pues siempre vendrá algo nuevo,
hoy, ahora, impensado,
en un momento,
mañana,
cuando sea.
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