Hay días
en que uno no es el mismo:
puede culpar
a alguien, a alguna situación,
al covid, a las vacunas;
supongo que,
simplemente,
el cuerpo,
el alma,
¡la cabeza!
ruegan
por un poco de paz,
silencio, armonía,
un parate a los auto-reclamos,
cero preocupaciones,
cero obligaciones estrictas;
dejarse llevar,
-con la mente en blanco-
por ese sol embriagador,
por esos árboles pre-otoñales;
soñar otros sueños,
¡reiniciar sueños,
reiniciar vida!
podría ser en cualquier momento:
¡ahora mismo!
tomar conciencia de esto
es un buen comienzo.
Hoy me perdono,
hoy me permito dudar,
dejo de temerle a la incertidumbre,
me olvido de la angustia,
de ese estado de alarma incesante
por lo que podría suceder;
hoy
me elijo,
escucho, abrazo
a mi incondicional yo;
¡insisto
en sostener esa incondicionalidad!
nunca es demasiado tarde.
Curarse
es cambiar de actitud,
aceptar, confiar, esperar,
¡crear!,
para así
regar a nuestra planta interior;
ver
todo lo maravilloso
que nos rodea,
no solamente
lo negativo, lo injusto,
lo difícil;
quizás,
tuvimos pérdidas
en estos últimos años:
materiales,
humanas,
anímicas;
sería necesario
reaprender,
volvernos niños,
de algún modo;
recuperar
aquella mirada de asombro;
saltar, una vez más,
de esa calesita en movimiento
y si caemos,
levantarnos, como podamos,
sin renunciar nunca,
ni por un momento,
a aquellas risas
incontenibles,
¡tan contagiosas!
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