Como cuando era chica
y me deslizaba, barranca abajo,
por ese montículo de piedras de canto rodado,
muy cerca de las vías del tren;
riendo,
repitiéndolo una, otra vez,
así
fue dándose mi vida
o la de muchos, no sé;
rodar, reír,
dejarse llevar,
caerse, a veces,
darse contra el suelo,
en ocasiones,
en varias ocasiones;
pese a todo,
insistir, volver a dejarse llevar,
reír, de nuevo,
antes de que sea tarde
y llegue el momento de llorar;
en fin,
nuestra existencia;
un momento, en lo alto de la "montaña",
luego, rodando, rodando,
entre goces y torturas
hasta caer,
suave, bruscamente,
según...
pero aquellos, -los de niña-,
eran todos tiempos buenos:
nada que temer,
¡los brazos de mi abuela,
siempre extendidos,
por si acaso!
¡cómo la extraño!
la recuerdo preocupada
o muy asustada
¡ni hablar, cuando me caí
de la bicicleta
en la plaza
de ese barrio!
que sigue siendo su barrio
aunque hace tantos años ella no esté,
físicamente, por ahí;
yo reía, ¡siempre reía!
y la abu, tratando de que nada malo
me sucediera;
ya no más, querida abuela,
a nadie importa
qué puede o no sucederme;
cada vez, menos afecto,
cada vez, más "carpe diem":
típico
de los tiempos en que ¿vivimos?
o algo así;
si me arrojo a través de la pendiente,
es muy probable, es seguro
que nadie esté allí,
me vaya como me vaya;
mis propios brazos
serán los que me sostengan,
los que me ayuden a levantarme
cada vez que caiga.
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