No creas que no:
también extraño aquellos tiempos;
tiempos en que el sueño
era un despliegue de sueños,
no de pesadillas;
tiempos
en que despertaba feliz
solo porque sí;
tiempos
en que había tiempo,
en que podías contar algo
y te prestaban atención
y luego, tu interlocutor
hacía lo mismo y también lo escuchabas;
¡tiempos en que no te olvidabas
hasta de los nombres de las personas
por tener la cabeza plagada de preocupaciones
y de miedos!
cuando te digo:
tenés que adaptarte,
es otra época, otra era,
otras circunstancias,
no te quedes con el pasado,
viví el ahora, este instante
¡yo misma
no lo estoy haciendo!
sí querría que mis abuelos regresaran,
volver a ir a tomar un helado al centro comercial de Munro
con mi abuela
y luego, a la calesita;
esforzarme por conseguir la sortija
para obtener más y más vueltas
para mí, para mi hermano;
tiempos en que las posesiones,
el auto, la cuenta bancaria,
no importaban;
no se vivía calculando
cuánto se tenía o no se tenía,
ni temiendo que ello
acabaría
¡como si se tratara
de una catástrofe!
tiempos
en que los niños eran niños
y los adultos, adultos
había códigos,
había derechos y deberes
y se respetaban,
al menos,
en el microuniverso
en que yo me crié;
tiempos
en que la palabra valía,
¡en que si alguien decía algo
era más probable que fuera cierto
a que no!
los hermanos menores
eran tesoros a cuidar, a proteger;
hoy, apenas
si veo a mi hermano
y si lo veo, casi no me habla,
de tan obsesionado que está con su trabajo,
con su dinero, con las cuentas,
con los beneficios que podría obtener
si comprara aquí o más allá;
¿qué mundo construimos
para nuestros chicos: hijos, sobrinos, nietos?
un mundo carente, absolutamente
de magia, de ilusiones,
¡de ganas, de incentivos,
de afecto!
muchas veces
lloro por esto.
¡Porque yo estuve!
fuí testigo de aquel mundo
perdido,
cuando los niños eran niños
y los adultos, adultos.
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