Sea en el ámbito que sea,
sea dentro de la propia casa,
sea en una empresa,
negocio, edificio,
en la posición
en que uno se encuentre,
en el marco del estrato social
al que pertenezca,
siempre encontrará
a quien culpar
al gobierno, a los profesores,
a los médicos,
al vecino,
a un pariente, a un amigo,
a su pareja, a su ex-pareja,
sea quien sea.
El hecho es no hacerse cargo.
Nunca.
Si me pasa esto,
será porque tal pensó en ello y deseó
que me ocurriera.
si no me pasa
lo que debería, a mi juicio, pasarme,
será porque alguien no hizo bien
lo que tenía que hacer,
me engañó,
me mintió,
me quitó la oportunidad,
etcetcetc.
Así transitamos,
la mayoría de nosotros:
con el dedo acusador,
con ese odio al que consideramos
culpable de todos nuestros males;
sería bueno
ahondar en nuestro interior,
algo polvoriento,
abandonado,
¡y VER!
¿qué es lo que nosotros
hicimos mal o no hicimos
para estar en determinada situación,
para no estar en una posición distinta,
como sí lo lograron, según imaginamos,
esos otros a quienes criticamos?
¡Cuán inmensa es la parte de responsabilidad
que nos atañe!
quizás, aun si alguien en verdad intentó o intenta perjudicarnos,
fue y es nuestro tema frenarlo, desoírlo, detenerlo.
Claro, es más simple
arrojarle dardos
y sentirnos "aliviados"
con el "yo no fuí" ficcionalizado
por nuestras mentes
nubladas por remordimientos, sentimientos de culpa,
miedos, ansiedad, angustia y más;
el afán de despojarnos
de ese sentir nefasto
nos conduce, inexorablemente,
a arrojar basura
a atribuir maldad
de aquí para allá;
cuando no ayuda, en absoluto,
a nuestro crecimiento,
a nuestra autoestima.
Todo lo contrario.
Es duro reconocer errores
pero todos los cometemos
y hay que salir
de esa ciénaga
y emerger
para no repetir
pretéritas actitudes, acciones
y mucho menos,
volcárselas
-como si solucionara algo-,
a un otro,
se trate de quien se trate.
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