lunes, septiembre 23, 2024

Catilina

I

Casi nadie o nadie en la casa recordaba quién le había regalado esa muñeca a Luz que como su nombre  lo indicaba, era una niña brillante. Literalmente, la alegría del hogar, de sus padres, de sus abuelos, de sus hermanos mayores: Álvaro y César.

A nadie importaba, de todos modos, la proveniencia de Catilina, como la había llamado Luz, tal vez inspirada en el nombre de su abuela, Catalina, aunque con una "i" como segunda vocal, quizás, para distinguirla...

Lo cierto es que la bellísima muñeca se convirtió, a los ojos de la niña y más tarde, de todos los demás, en su amiga. Quizás, su única amiga. Hasta diría, su modelo. Tenía el cabello ondeado, de color rubio, ojos celestes y lucía un vestido increíble. Con el tiempo, Luz, le confeccionó, con ayuda de su abuela, otros vestidos, un pantalón, algunos sweaters, etc. 

Lo curioso es que la llevaba a casi todas partes: reuniones familiares, encuentros con amigos, -excepto los del colegio-. Más curioso aun era que todas esas personas saludaban a Luz y también a Catilina, como si se tratara de una niña. ¡Como si fuera real!.

II

Pasó el tiempo de los juegos infantiles. Luz ya era una adolescente. Se tiñó el cabello del mismo color que lucía su muñeca, ¿o tendría que decir su mejor, casi su única amiga?

La cuestión es que Luz seguía confiándole hasta sus más íntimos secretos, si le agradaba algún chico, si discutía con sus padres, con sus profesores. Le mostraba el boletín con sus notas, como si necesitara su opinión, en el primer caso, su aprobación, en el otro.

-Nunca me mostrás tu libreta de notas- le reclamaba, en ocasiones, su madre. A lo que Luz respondía que había aprobado todas las materias, que Catilina sabía de esto y que la había felicitado.

Lógicamente, esta amistad de la joven con un juguete, comenzó a inquietar a sus familiares. Hasta que los padres decidieron acompañarla a un médico, quizás, a un terapeuta.

-Catilina me dijo que estoy bien, que ella es y será mi amiga, mi gran amiga, para siempre. 

III

El psicólogo en cuestión no se mostró asombrado cuando aparecieron en su consultorio los padres de Luz y...Catilina.

En principio, habló a solas con Luz, siempre tomada de la mano de Catilina y no pudo convencerla de que se trataba de una muñeca, de que no tenía vida, de que ella era quien ponía en palabras y en pensamientos lo que supuestamente, de ser real, le diría o le respondería, según el caso.

Pero Luz no parecía prestarle atención. Se retiró, en silencio, cuando el profesional le pidió que llamara a sus padres, pues necesitaba conversar un rato con ellos.

A esa altura, -luego de los comentarios del psicólogo, acerca de la extraña transferencia de ideas, de pensamientos, de opiniones que fabulaba Luz, con respecto a Catilina-, la madre tuvo una reacción violenta y le ordenó, prácticamente, al facultativo que la medicara con algo y si era necesario, la internara. El padre, más condescendiente, pensaba -y así lo manifestó- que quizás, Luz, se sintiera sola, que deberían interesarse más por ella y no solo por sus notas. Demostrarle afecto, hacerle obsequios, en fin, rodearla de ese amor que nunca le habían brindado, más allá de alimentarla, vestirla, enviarla a un excelente colegio.

El terapeuta coincidió, en gran parte, con la opinión del padre de Luz. Les sugirió un acercamiento más afectuoso, mucho más, con la joven. Y la comprensión que necesitaba, al parecer, hallándola imaginariamente, en la muñeca.

Finalmente, les sugirió nuevas sesiones, a las que ambos padres, aseguraron, asistirían. Pero nunca lo hicieron.

IV

En fin, todo siguió igual. Cierto día, la mamá de Luz tuvo un ataque de nervios cuando vio a su hija conversando con Catilina y la arrancó, prácticamente, de su sillón-hamaca habitual, ante los gritos de Luz, pidiendo ayuda. Su papá acudió enseguida, le dio una pastilla a su esposa y le indicó que se recostara un rato para calmarse. Y devolvió a su hija su tan preciada muñeca-amiga.

-¡No entendés, nuestra hija está loca!- gritó la madre, cuando su marido entró en la habitación de ambos.

-No, no es así. Hay que aceptarla. Ella la quiere. ¡No podría verla sufrir!.

-Ese es tu problema. La consentís demasiado. ¿Te parece "normal" que Luz, -o cualquier otra chica- ,sea amiga y confidente de un ser inanimado, de un juguete de su infancia, de una muñeca????

-Tal vez no sea normal, como decís. Pero se la ve feliz. No le va mal en la escuela, se relaciona con sus otros compañeros. Y va sola...

-¡Faltaría que llevara a la muñeca también a la escuela!

La madre no entraría en razones. Claro que era una situación extraña pero realmente no se veían signos de alteración en la joven. En absoluto. Siempre estaba o se mostraba contenta. Salvo este "detalle" de una relación muy particular, su vida transcurría casi del mismo modo que la de sus compañeras.

Aunque por algún motivo o varios, a ellas nunca les presentó a Catilina. Ni la llevaba consigo cuando se encontraban.

Probablemente, se debía al temor a ser rechazada, ¡pese a que le hubiera encantado que Catilina las conociera!

V

Transcurrieron años, muchos años. Los abuelos y los padres de Luz habían fallecido, con muy poca diferencia de tiempo entre los unos y los otros. Por su parte, los hermanos se alejaron, fueron a vivir a un país lejano. Allí se casaron y uno de ellos, había tenido dos hijos.

¿Qué fue de la vida de Luz? 

Ya una mujer grande, recibida de abogada, trabajaba en un estudio, desde hacía unos años. Un día recibió un llamado de una ex-compañera de la facultad. La invitaba a cenar, ¡hacía tanto tiempo que no se veían!

Luz aceptó, feliz, la invitación. De todos modos, le dijo que le confirmaría pues antes tenía algo pendiente:

-Catilina, ¿te parece bien que vaya a comer con Sandra, la amiga de la facu, esa de la que te comenté el otro día?

Catilina asintió. Siempre la apoyaba. En todo.



 

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Cristina Del Gaudio

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