No alcanzan
mil canciones,
solo lastiman más;
no alcanza con releer
ese libro en común,
ni con recordar
frases, conversaciones,
bromas, gestos,
miradas,
abrazos gigantes,
desencuentros
que antecedían a inexplicables reencuentros
-y al revés-;
finalmente,
nuestro amor
se irguió, se lastimó,
se exaltó, se maldijo,
se criticó, se auto-criticó,
se evitó,
no se pudo evitar,
se tildó de tóxico,
lo tildamos de tóxico,
se condenó,
lo condenamos,
nos creímos, por demasiado tiempo,
los únicos,
¡los únicos!
privilegiados
ante tanto desamor, tanto vacío,
tanta nada de nada reinante...
y luego...
¿nos convertimos el uno al otro
en parte de esa nada?
inmersos en un fingido, lastimoso olvido
que no es olvido
¡no es ni será olvido!
será recuerdo
con lágrimas fosilizadas,
escondidas en cada sinuosidad
de nuestro cuerpo,
de nuestro castigado
corazón.
Aquel "muchísimo"
¿extinto?
ocultaba,
disimulaba,
(¿oculta?
¿disimula?)
el tedio,
la infecta
cotideaneidad.
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