Curioso:
la lluvia
apacigua la ansiedad,
reduce
la violencia;
obliga
a guardarse
o a protegerse
donde sea
y eso influye
en el callar
de tantas almas, cabezas
alteradas,
confundidas,
creídas de haberse perdido
cuando si así hubiera sido,
el silencio,
la complicidad del refugio
compartido,
la aceptación
de siquiera, mínimas limitaciones
humanizan,
reconcilian
con eso tan tan pero tan bueno
que nos devuelve a esa humanidad
que en días soleados, apacibles
parece derivar en un atroz egoísmo;
¡el apuro por llegar
quien sabe a dónde!,
la prisa
por hacer esto, aquello,
por obtener
esto, aquello;
para descubrir, luego
que nos alcanzó y sobró el tiempo
¡y ahí está el verdadero reto!:
el reencuentro con nuestro ser,
la aceptación de nuestros errores,
la reconciliación con el pasado,
la valoración de cada segundo,
la desaceleración
del ansia desesperada
de planear, imaginar, temer,
vislumbrar
un futuro
que por el momento,
ya sea dentro de un rato, mañana,
en un año o más...
Sin lugar a dudas,
se desliza en la incertidumbre.
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