Por la frondosa escalinata,
la de esas flores color violeta
trepo y trepo
hasta alcanzar
a esa bandada de pájaros
que ignoran o no su destino,
-mas no importa-;
volando
olvidaré los miedos, las penas,
las preguntas;
seguiré su inigualable cortejo;
tal vez, pueda asirme a alguna nube blanca,
tan blanca que me devuelva
aquellos tiempos de inocencia,
de tener tan poco y tenerlo todo,
de reír por todo,
sin preocuparme
si me consideraban o no loca;
épocas
en que se vivía el momento
y no se empujaba a quien sea
por alcanzar el primer puesto en la fila;
¿en qué fila?
(todos llegaremos, finalmente,
al mismo sitio ¿o no?).
Así como los pájaros,
como la enredadera,
cada uno hacía lo que tenía que hacer,
sin vivir colgado de las demandas
del tener, del lograr, del buscar una mejor "versión" (¡qué horror!);
si se amaba
era con total
plenitud,
sin especular
con el ¿y si no? ¿y si se va o no se va?
¿y si existe
alguien mejor para mí?
se amaba
sin preguntárselo
día tras día,
¡se amaba
de verdad,
por el tiempo que fuera!
sin analizar los por qué,
los cuándo, los quién sabe...
la nube
en la que me poso
desprende
unas gotitas transparentes.
¿Momento de regresar?
¡nooooo!
momento de recibir
ese regalo, la caricia de ese elixir
en la cara,
en todo el cuerpo;
¡momento de no pensar en nada!
solo en ser
y estar -y ni siquiera-...
un rayo de sol
atraviesa la nube,
le devuelve su calor;
así es el verano:
incertidumbre climática;
así es la vida:
incertidumbre, sorpresas,
instantes que no se repiten;
de todo un poco -o más-.
¡En ocasiones,
todo al mismo tiempo!
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