¿Qué sería de nosotros
sin las ilusiones?
¿nos levantaríamos
con las mismas o similares ansias
cada día,
atentos a lo que podría ocurrir,
atentos a lo que desearíamos que ocurriera
que tal vez cambiaría, de alguno o varios modos, nuestra vida?
¿qué sería de nosotros
si buscáramos algo, a alguien
y resignados, lo diéramos por imposibilísimo,
aun si existiera
la más mínima posibilidad?
¡ y si no existiera,
pues, podríamos inventarla!
nada está perdido
mientras se siga buscando,
y si se pierde
definitivamente,
nuestra ilusión,
nuestro amor
haría que lo reviviéramos,
recorriendo, sin dejar de hacerlo,
el inmenso sendero
de los recuerdos,
en el que siempre hallaremos sonrisas,
bromas, relatos, mil historias
que se irán modificando
en nuestra cabeza, en nuestra imaginación
todo el tiempo,
¡en esa reescritura del pasado
también se basan nuestras ilusiones!
¿qué sería de nosotros,
reitero, sin esa insistencia,
sin la dulce añoranza de los tantos momentos preciosos,
las conversaciones, lo compartido?
¡y también en
no cesar de intentarlo
con algo, con alguien
cuando todavía
está por acá o lejos
o muy lejos!
pero siempre cerca
cuando lo llevamos en el corazón,
-tantas veces, en secreto-
a lo largo de toda o casi toda
nuestra existencia.
Nada es inalcanzable
si ese deseo está impreso
dentro nuestro,
con la esperanza de que se concrete;
agradezcamos al motor
que nos invita a no rendirnos,
¡nunca, nunca, nunca!
a no bajarnos, jamás,
de la alfombra mágica
de nuestros sueños.
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