martes, diciembre 17, 2024

¡Ay, del humano!

 ¡Ay, del árbol!


 en su soledad frondosa,

 despojada,


 no se detiene


 no repara en aplausos,

 ni en desinterés


 ni en rechazos;


 nada frena sus distintas mutaciones,

 al exhibirse verde, amarillo, desnudo,

 pleno de flores, de frutos;


 ¡Ay, de esos desinteresados

 dones!,


 observado por pocos,

 por nadie;


 no cesará en su reinicio,

 salvo que la misma naturaleza

 acabe con el;


 mas si no es así,

 su mágico esplendor

 es siempre para todos,


 así

 no lo sepan;


¡Ay, del sol!

ansiado, amado,

rechazado,


despliega

sus poderosos rayos

que transforman el paisaje,


brillando

calentando, en épocas heladas,


sea acariciando

suavemente


o cayendo con toda su fuerza

sobre la tierra sedienta;


el astro mayor

ejecuta sus designios


sin importarle


la opinión,

la presencia


de quien sea;


¡Ay, de la naturaleza toda!


ofreciéndonos tanto,

sin pedirnos nada, absolutamente nada;


sin embargo,


se la ignora, tantas veces,

se la perjudica, se la extermina


en detrimento


de la salud,

la supervivencia del humano;


¡Ay, si los hombres

nos asemejáramos, siquiera,


en esa labor,

responsablemente desinteresada,


generosa,

sin saberlo,


de nuestro entorno natural!


no perderíamos

nuestro valioso, corto tiempo


especulando, compitiendo,

comparándonos unos con otros,


 envidiando, ¡maldiciendo!


 odiando al que consideramos diferente;


 inmersos, en tantos casos,

 en guerras interminables,


 en pos

 de lo que menos sirve,


alejados, muy alejados

de lo que en verdad importa;


cargando en nuestras espaldas

todo ese dolor de nuestros iguales,


rechazados por enarbolar la bandera que sea,

adherir al dios que prefieren,

a las ideas, a las posturas que escogen,


por adoptar determinados hábitos heredados

-o elegidos-;


en fin, mientras la naturaleza

nos da clase de incondicionalidad


día tras día,


insistimos en nuestro egoísmo,

nuestra valoración de lo material,

del dinero, del poder


a costa de quien sea,


olvidándonos

de las carencias, del padecer,

de la miseria ¡real! de tantos


inmersos, por completo

o casi


en nuestras miserables miserias,


¡creyéndonos

importantes!


ahogados


en nuestro propio excremento.







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Cristina Del Gaudio

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