Quise salir
de quien era,
quise huir
de mí;
pensé que siendo otra,
fingiendo serlo,
adoptando actitudes,
diciendo determinadas palabras,
haciendo cosas impensables
hasta el momento,
inaceptables,
incluso;
creí,
soñé,
aluciné
que de ese modo obtendría tu aprobación,
tu admiración, inclusive;
retenerte
era mi objeto,
y no sabía,
-me enteré mucho después-
que nadie que no desea ser, estar, pertenecer
puede retenerse,
forzarse,
¡ni se debería intentarlo!
puse el cuerpo,
puse el alma,
puse mi dignidad,
mis valores
al servicio
de un amor que no era tal.
Nadie que ama, realmente,
exige al otro que no sea él mismo,
nadie que ama pero de verdad
quiere que la persona amada
no piense o modifique su modo de pensar,
de actuar, de comportarse,
¡de ser!
pero entonces,
yo no lo sabía.
Me sentía triste, sola,
aturdida,
sin entender
qué me pasaba.
Buscaba, hurgaba, analizaba
en otros, en ciertos objetos,
distracciones,
vanos sucedáneos
de lo que en verdad
me faltaba
y no sabía dónde hallarlo.
Me había extraviado,
los pájaros habían comido todas las migas,
no quedaban huellas
del camino de regreso.
Tuviste que irte lejos, muy lejos,
para que al fin, lo entendiera.
No era amor el mío,
tampoco, el mío,
era adhesión "incondicional"
o peor: enfermiza,
una obsesión,
un intento loco
de prolongar
lo que ya se había extinguido,
lo que tantos me habían anunciado
y no supe oír.
El retorno fue lento,
desprolijo,
con avances,
con retrocesos;
finalmente,
estoy aquí
siendo la que siempre fuí
o mejor,
más segura,
fortalecida;
así, nada, nadie
me marque el camino,
así, escoja uno u otro recodo,
siempre,
¡siempre!
hallo
el camino de regreso.
viernes, septiembre 27, 2019
Luego del blanco
No sé si sucede
con otras profesiones, oficios,
lo que fuera:
cuando te dedicás
o intentás dedicarte
a escribir,
bastan uno, dos días,
quizás, una semana
en blanco,
-¡ni hablar si transcurre más tiempo!-
y ya te considerás fuera.
No te atrevés, siquiera,
a asumirlo, a sostenerlo, a mencionarlo:
"escribo, me dedico a escribir".
Se instala, entonces
esa pestilente idea
del no puedo,
del quizás creí serlo o ser capaz de hacerlo
pero no,
otros lo están haciendo
ahora mismo
¿qué sucede conmigo?
¿es que ya no tengo ideas,
será que no voy a escribir más?
Eso.
No voy a escribir más,
-te decís, vos, escritor,
me digo yo,
no demasiado convencidos
pero sí tremendamente infelices-.
Y de pronto,
de la nada, de una conversación,
de algo que te pasó o te pasa
o no te pasa,
o viste por ahí
o creíste ver,
cierto punto de despegue
que la imaginación te arroja,
consciente, inconscientemente,
reaparecen:
¡la magia, la maravilla,
el desestimado, aunque siempre ansiado
retorno!
letras, letras, más letras
que rápidamente se abrazan
en guirnaldas de palabras
al celebrar el arribo de nuevas historias,
apresuradas por instalarse
allí, donde desees colocarlas.
Sabemos esto,
lo sabemos,
sin embargo,
cuando ocurre de nuevo,
cuando la cabeza solo puede centrarse
en ese no poder, no crear,
no ser capaces,
cuando la desesperación, atroz
se apropia de la autoestima,
se repite
la consabida retahíla de auto-reproches:
que debí escribir menos antes,
que no debí agotar ese tema,
ese punto,
que debería enfocarme en esto
o en aquello;
y no se trata de nada de eso,
en absoluto.
Un día
lo vivido tiempo atrás,
lo vivido un rato antes,
lo no vivido,
lo deseado, lo nunca alcanzado,
por uno, por quien sea,
retorna
en ese decir reconfortante
que reconcilia con la vida, con la muerte,
con lo que somos,
con lo que no somos,
¿con lo que tenemos que hacer?
probablemente
o no.
Con nuestra inserción, -tal vez, deliberada-
en cierto universo particular,
en ocasiones, inasible,
al que se supone, suponemos
haber pertenecido siempre
y todavía.
con otras profesiones, oficios,
lo que fuera:
cuando te dedicás
o intentás dedicarte
a escribir,
bastan uno, dos días,
quizás, una semana
en blanco,
-¡ni hablar si transcurre más tiempo!-
y ya te considerás fuera.
No te atrevés, siquiera,
a asumirlo, a sostenerlo, a mencionarlo:
"escribo, me dedico a escribir".
Se instala, entonces
esa pestilente idea
del no puedo,
del quizás creí serlo o ser capaz de hacerlo
pero no,
otros lo están haciendo
ahora mismo
¿qué sucede conmigo?
¿es que ya no tengo ideas,
será que no voy a escribir más?
Eso.
No voy a escribir más,
-te decís, vos, escritor,
me digo yo,
no demasiado convencidos
pero sí tremendamente infelices-.
Y de pronto,
de la nada, de una conversación,
de algo que te pasó o te pasa
o no te pasa,
o viste por ahí
o creíste ver,
cierto punto de despegue
que la imaginación te arroja,
consciente, inconscientemente,
reaparecen:
¡la magia, la maravilla,
el desestimado, aunque siempre ansiado
retorno!
letras, letras, más letras
que rápidamente se abrazan
en guirnaldas de palabras
al celebrar el arribo de nuevas historias,
apresuradas por instalarse
allí, donde desees colocarlas.
Sabemos esto,
lo sabemos,
sin embargo,
cuando ocurre de nuevo,
cuando la cabeza solo puede centrarse
en ese no poder, no crear,
no ser capaces,
cuando la desesperación, atroz
se apropia de la autoestima,
se repite
la consabida retahíla de auto-reproches:
que debí escribir menos antes,
que no debí agotar ese tema,
ese punto,
que debería enfocarme en esto
o en aquello;
y no se trata de nada de eso,
en absoluto.
Un día
lo vivido tiempo atrás,
lo vivido un rato antes,
lo no vivido,
lo deseado, lo nunca alcanzado,
por uno, por quien sea,
retorna
en ese decir reconfortante
que reconcilia con la vida, con la muerte,
con lo que somos,
con lo que no somos,
¿con lo que tenemos que hacer?
probablemente
o no.
Con nuestra inserción, -tal vez, deliberada-
en cierto universo particular,
en ocasiones, inasible,
al que se supone, suponemos
haber pertenecido siempre
y todavía.
martes, septiembre 24, 2019
Salvate
Salvate.
Mi intensidad,
-lo dijiste alguna vez-
te ahoga,
te presiona,
te perturba
en mil modos;
cuando antes,
mucho tiempo antes
fue lo que precisamente, te atrapó,
aquello de lo que te era imposible huir;
lo que opacó tu más mínima idea
de lo que fuera,
lo que te llevó a arrojarte a mí,
a mi -ahora, tan temida- intensidad
con toda la furia,
con tu propia intensidad.
Salvate.
Ahora, en este momento,
no estás listo,
ni mañana,
no, ya no sucederá;
se consumió, dejaste que se consumiera
tu ser espontáneo,
esas ansias incontrolables
que poseían a todos tus sentidos,
al gritar, sin prejuicios,
tu amor, tu deseo
sin importar qué, cómo pensaran,
sin importar hasta qué punto
enloquecías de placer,
gozabas al extremo de esa intensidad
- por cierto, muy valorada en esos años-
aun, expuesto a perder la cordura,
a no poder pensar
en nada más,
a no poder vivir
sin ella,
sin mí.
Por eso, te digo:
si por casualidad,
se te ocurre imaginar, siquiera,
un posible retorno
a aquello,
-en realidad, a algo que se le pareciera
en parte-,
olvidate.
No podés,
no podrás,
nunca más.
Mi intensidad,
en verdad,
te desbordaría,
te produciría angustia,
pánico
-y no sé cuántas sensaciones "horribles" más-,
en un nivel, diría,
superlativo.
Insisto, entonces
y te advierto:
¡salvate!
Mi intensidad,
-lo dijiste alguna vez-
te ahoga,
te presiona,
te perturba
en mil modos;
cuando antes,
mucho tiempo antes
fue lo que precisamente, te atrapó,
aquello de lo que te era imposible huir;
lo que opacó tu más mínima idea
de lo que fuera,
lo que te llevó a arrojarte a mí,
a mi -ahora, tan temida- intensidad
con toda la furia,
con tu propia intensidad.
Salvate.
Ahora, en este momento,
no estás listo,
ni mañana,
no, ya no sucederá;
se consumió, dejaste que se consumiera
tu ser espontáneo,
esas ansias incontrolables
que poseían a todos tus sentidos,
al gritar, sin prejuicios,
tu amor, tu deseo
sin importar qué, cómo pensaran,
sin importar hasta qué punto
enloquecías de placer,
gozabas al extremo de esa intensidad
- por cierto, muy valorada en esos años-
aun, expuesto a perder la cordura,
a no poder pensar
en nada más,
a no poder vivir
sin ella,
sin mí.
Por eso, te digo:
si por casualidad,
se te ocurre imaginar, siquiera,
un posible retorno
a aquello,
-en realidad, a algo que se le pareciera
en parte-,
olvidate.
No podés,
no podrás,
nunca más.
Mi intensidad,
en verdad,
te desbordaría,
te produciría angustia,
pánico
-y no sé cuántas sensaciones "horribles" más-,
en un nivel, diría,
superlativo.
Insisto, entonces
y te advierto:
¡salvate!
domingo, septiembre 22, 2019
No porque me importes
No porque quiera volver,
no porque quiera intentarlo
de nuevo;
no porque pretenda
que cambies,
ni porque ansíe
una devolución,
una palabra, una frase,
un beso, una lágrima
a destiempo;
no porque me importes
-o tal vez, sí me importes-
pero ya no duele
-o bueno, un poco-
probablemente,
cuando llega la hora
de las ausencias,
cuando el mutismo absoluto se apropia
hasta de nuestra garganta
cuando puede olerse
algún inolvidable aroma de otros tiempos,
exaltados, todos los sentidos;
vivencias, instantes
en que ni siquiera se nos cruzaba por la mente
detenernos en su análisis;
en que gozábamos de todo
sin pensar si estábamos o no gozando;
en que lo hacíamos todo y más que todo
con esas ganas, ese ímpetu,
motivados pero inmotivados,
espontáneos,
como renacen,
año tras año,
los tantos brotes
para luego ser hojas,
flores, frutos;
nosotros tampoco buscábamos ese reverdecer,
¡el reverdecer estallaba, cada vez!
sin esperar frutos,
sin esperar nada,
solo siendo,
solo estando ahí,
donde deseábamos,
en ese sitio,
el que fuera,
en el momento exacto,
con la persona exacta para ese momento,
paradójicamente, en medio de la atemporal,
mágica, fusión
de la pasión, del amor,
casi sin diferenciarse la una del otro;
sin cálculos,
ni planes, ni preguntas,
ni expectativa alguna;
apenas, la piel, el alma
nos impulsaban,
no perdíamos la oportunidad,
y allí estábamos,
éramos uno, -lo sabíamos-,
no por concientizarlo,
por renacer
luego de cada encuentro,
por ese desborde
indescriptible,
al haber hallado tremendo tesoro
¿buscado, ansiado?
quizás,
pero nunca pensando
en su extensión,
ni en su final,
menos que menos.
Y cuando todo acababa,
sin decirnos nada,
sabíamos que se repetiría.
Pero un día, claro, terminó:
de la mejor, de la peor forma,
como se pudo
como surgió,
cuando tuvo que ser
o no;
sin habernos preocupado ni ocupado,
en tanto, disfrutábamos
a pleno
el uno del otro.
no porque quiera intentarlo
de nuevo;
no porque pretenda
que cambies,
ni porque ansíe
una devolución,
una palabra, una frase,
un beso, una lágrima
a destiempo;
no porque me importes
-o tal vez, sí me importes-
pero ya no duele
-o bueno, un poco-
probablemente,
cuando llega la hora
de las ausencias,
cuando el mutismo absoluto se apropia
hasta de nuestra garganta
cuando puede olerse
algún inolvidable aroma de otros tiempos,
exaltados, todos los sentidos;
vivencias, instantes
en que ni siquiera se nos cruzaba por la mente
detenernos en su análisis;
en que gozábamos de todo
sin pensar si estábamos o no gozando;
en que lo hacíamos todo y más que todo
con esas ganas, ese ímpetu,
motivados pero inmotivados,
espontáneos,
como renacen,
año tras año,
los tantos brotes
para luego ser hojas,
flores, frutos;
nosotros tampoco buscábamos ese reverdecer,
¡el reverdecer estallaba, cada vez!
sin esperar frutos,
sin esperar nada,
solo siendo,
solo estando ahí,
donde deseábamos,
en ese sitio,
el que fuera,
en el momento exacto,
con la persona exacta para ese momento,
paradójicamente, en medio de la atemporal,
mágica, fusión
de la pasión, del amor,
casi sin diferenciarse la una del otro;
sin cálculos,
ni planes, ni preguntas,
ni expectativa alguna;
apenas, la piel, el alma
nos impulsaban,
no perdíamos la oportunidad,
y allí estábamos,
éramos uno, -lo sabíamos-,
no por concientizarlo,
por renacer
luego de cada encuentro,
por ese desborde
indescriptible,
al haber hallado tremendo tesoro
¿buscado, ansiado?
quizás,
pero nunca pensando
en su extensión,
ni en su final,
menos que menos.
Y cuando todo acababa,
sin decirnos nada,
sabíamos que se repetiría.
Pero un día, claro, terminó:
de la mejor, de la peor forma,
como se pudo
como surgió,
cuando tuvo que ser
o no;
sin habernos preocupado ni ocupado,
en tanto, disfrutábamos
a pleno
el uno del otro.
miércoles, septiembre 18, 2019
Apropiación
Nunca me gustaron
las macetas.
En realidad,
las plantas, arbustos,
encerrados dentro de macetas;
siempre me pareció una actitud egoísta,
frívola,
inhumana,
la de atrapar a un ser vivo,
reducirlo a un espacio muy limitado,
solo para gozar al contemplarlo,
para experimentar cierta inspiración,
basada, tal vez, en la añoranza
de tiempos tan lejanos,
tiempos,
sitios, agrestes,
de casas amplias,
jardines,
espacios abiertos,
a los que llamaban "potreros";
los árboles, arbustos, pasto, flores, frutos,
por todas partes,
¡y nosotros, los de antes,
corriendo,
con todas esas ganas de recoger las deliciosas moras
que brotaban
aquí y allá,
comiéndolas, enseguida,
junto a su fuente de origen!
¡la ropa sucia,
tierra, pasto, verde,
el rostro, encendido,
por un sol que no dañaba!
miro, entonces,
a mi pequeño pino,
¿mío?
de la naturaleza;
¿cuál sería el deleite de verlo crecer,
expandirse, reverdecer,
-como puede-
a cambio, apenas,
de un poco de agua
que nunca sé bien cuándo
ni cuánto?
¿Por qué, entonces,
alguien le robó a ese pino pequeño
su derecho a la libertad,
su posible vida en un ámbito
que le fuera amigable:
un bosque,
un campo?
¿por qué yo fui a comprarlo?
¿por qué me apropié, sin más,
de su existencia?
inexperta total,
rociándolo con mi regadorita,
un poco,
¿un poco más?
sin saber,
sin saber nada,
sin tener la más puta idea
de su sed.
las macetas.
En realidad,
las plantas, arbustos,
encerrados dentro de macetas;
siempre me pareció una actitud egoísta,
frívola,
inhumana,
la de atrapar a un ser vivo,
reducirlo a un espacio muy limitado,
solo para gozar al contemplarlo,
para experimentar cierta inspiración,
basada, tal vez, en la añoranza
de tiempos tan lejanos,
tiempos,
sitios, agrestes,
de casas amplias,
jardines,
espacios abiertos,
a los que llamaban "potreros";
los árboles, arbustos, pasto, flores, frutos,
por todas partes,
¡y nosotros, los de antes,
corriendo,
con todas esas ganas de recoger las deliciosas moras
que brotaban
aquí y allá,
comiéndolas, enseguida,
junto a su fuente de origen!
¡la ropa sucia,
tierra, pasto, verde,
el rostro, encendido,
por un sol que no dañaba!
miro, entonces,
a mi pequeño pino,
¿mío?
de la naturaleza;
¿cuál sería el deleite de verlo crecer,
expandirse, reverdecer,
-como puede-
a cambio, apenas,
de un poco de agua
que nunca sé bien cuándo
ni cuánto?
¿Por qué, entonces,
alguien le robó a ese pino pequeño
su derecho a la libertad,
su posible vida en un ámbito
que le fuera amigable:
un bosque,
un campo?
¿por qué yo fui a comprarlo?
¿por qué me apropié, sin más,
de su existencia?
inexperta total,
rociándolo con mi regadorita,
un poco,
¿un poco más?
sin saber,
sin saber nada,
sin tener la más puta idea
de su sed.
martes, septiembre 17, 2019
El juego que nunca acaba
Te busqué en la calle,
en la calle en que jamás coincidimos;
te busqué,
ávida de no sé qué cosa,
de nada.
Recorrí bares
a los que nunca fuimos
juntos;
te busqué
donde sabía
no iría a hallarte;
sin embargo,
entré en ese sitio,
el café, la porción de torta,
el mozo,
todo era igual.
Podía olerse tu perfume,
percibirse en mis labios tu sabor,
tu voz se hacía eco
en mis oídos,
así, solo yo la escuchara.
¿eran los árboles,
eran las flores, era la brisa,
cada vez más intensa
de la primavera?
la nostalgia estaba ahí,
en la mesa de al lado,
podía verla,
casi casi podía tocarla;
traía, consigo, ese recuerdo
inexistente:
de lo que pudo haber sido,
lo que tal vez, pudo habernos gustado,
de los lugares que pudimos haber frecuentado,
de lo que pudimos haber hecho
pero no.
Allá, a lo lejos:
tu casa, tu gente, tu paisaje;
muy lejos,
tan lejos de mí
como este guión fabulado
que remite a ciertas cuestiones
que poco, nada tienen que ver
con aquello
-menos, con un aquello pretérito-.
En tanto,
sigo andando, soñando,
por los mismos sitios,
de a ratos, sola,
de a ratos, de tu mano,
sonriéndole a tus fabulosos ojos,
jugando con tu pelo,
disfrutando, inseparables,
de una tarde como pocas.
¿Importa, acaso
que no sea real?
¿importa, acaso,
te importa, acaso,
si mi cabeza, mi alma
te ubicaron
en el universo ficcional?
no lo olvides:
esto es un juego,
un juego que nunca acaba.
La imaginación, siempre alerta,
recoge todas, muchas, miles de palabras
que cuentan estas, otras
tramas,
que mi pensar, mi sentir, mi crear
insisten
en armar, desarmar,
volver a armar,
volver a desarmar,
(...).
en la calle en que jamás coincidimos;
te busqué,
ávida de no sé qué cosa,
de nada.
Recorrí bares
a los que nunca fuimos
juntos;
te busqué
donde sabía
no iría a hallarte;
sin embargo,
entré en ese sitio,
el café, la porción de torta,
el mozo,
todo era igual.
Podía olerse tu perfume,
percibirse en mis labios tu sabor,
tu voz se hacía eco
en mis oídos,
así, solo yo la escuchara.
¿eran los árboles,
eran las flores, era la brisa,
cada vez más intensa
de la primavera?
la nostalgia estaba ahí,
en la mesa de al lado,
podía verla,
casi casi podía tocarla;
traía, consigo, ese recuerdo
inexistente:
de lo que pudo haber sido,
lo que tal vez, pudo habernos gustado,
de los lugares que pudimos haber frecuentado,
de lo que pudimos haber hecho
pero no.
Allá, a lo lejos:
tu casa, tu gente, tu paisaje;
muy lejos,
tan lejos de mí
como este guión fabulado
que remite a ciertas cuestiones
que poco, nada tienen que ver
con aquello
-menos, con un aquello pretérito-.
En tanto,
sigo andando, soñando,
por los mismos sitios,
de a ratos, sola,
de a ratos, de tu mano,
sonriéndole a tus fabulosos ojos,
jugando con tu pelo,
disfrutando, inseparables,
de una tarde como pocas.
¿Importa, acaso
que no sea real?
¿importa, acaso,
te importa, acaso,
si mi cabeza, mi alma
te ubicaron
en el universo ficcional?
no lo olvides:
esto es un juego,
un juego que nunca acaba.
La imaginación, siempre alerta,
recoge todas, muchas, miles de palabras
que cuentan estas, otras
tramas,
que mi pensar, mi sentir, mi crear
insisten
en armar, desarmar,
volver a armar,
volver a desarmar,
(...).
Irretornable anticipo de primavera
Los dedos corren,
imparables;
corren y corren,
se agitan,
apenas, pueden esperar
a la pantalla en blanco
que los recibe,
ávida, siempre,
de nuevos, alentadores, decires;
casi no dejan
que termine mi café;
ellos tienen mucho
que hacer,
demasiado por transmitir;
¡tantas cosas que la urgencia
de esa naturaleza que asoma
al nuevo día
les aporta!;
apenas, rozan el teclado,
vuelan, presurosos, entre letras,
vuelan para no olvidarse,
para comunicar todo aquello,
todo lo que esa verborragia tempranera
les impone;
aquel es su instrumento,
las palabras, el medio,
mi pensar, mi voz,
escritos;
saben o pretenden decir
hasta lo que callo;
conocen mis inquietudes,
mis cuestionamientos, mis preocupaciones,
¡saben de mi amor
a los árboles, en todos sus aspectos!,
por aquí, reducidos a manchones verdes,
algunos, con incipientes flores
que las tantas moles pétreas
oprimen
y aun así
nada detiene su ímpetu,
su majestuosa ofrenda,
la que pocos aprecian,
la que muchos,
-inclinadas, sus cabezas
por demasiadas preocupaciones-
ignoran.
¡Como si este novísimo anticipo de primavera
retornara
en un futuro, de igual modo!
¡no!
nada podrá reemplazar
a este exclusivo rebrote,
obsequio esperado e inesperado
de la naturaleza
que pese a todo,
pese a la desidia,
al olvido;
incluso, a esa lamentable e inexplicable insistencia
en su deterioro,
en su extinción,
surge
tantas veces, de la nada,
en cualquier rincón,
recoveco,
alcantarilla,
a través de una hendija,
de una baldosa suelta,
donde sea.
El esplendor vital se impone,
el hombre,
el regreso necesario a su hábitat,
despojado,
desnudo, las manos vacías,
la cara al sol, al viento;
si realmente lo consigue,
si logra apartarse, siquiera, un instante,
de todo aquello que lo contamina:
ciertas personas, tecnología, ideas impuestas,
manipulaciones esclavizantes,
-en ocasiones, imperceptibles-,
si se aparta de todo aquello
que atenta contra sus imprevistos impulsos,
que pretende ahogar sus más ansiados sueños,
ese anhelo, ferviente, de vivir,
de ser
también logrará imponerse,
sea cual sea el contexto,
sean cuales sean las opresiones;
entonces, será rebrote, será rey, será dueño de sí mismo,
será instinto, será pasión,
será retorno a su estado puro.
¡será, al fin, fiel exponente del vivir,
del sentir, del dar,
ardiente, feroz defensor
de su libertad!
imparables;
corren y corren,
se agitan,
apenas, pueden esperar
a la pantalla en blanco
que los recibe,
ávida, siempre,
de nuevos, alentadores, decires;
casi no dejan
que termine mi café;
ellos tienen mucho
que hacer,
demasiado por transmitir;
¡tantas cosas que la urgencia
de esa naturaleza que asoma
al nuevo día
les aporta!;
apenas, rozan el teclado,
vuelan, presurosos, entre letras,
vuelan para no olvidarse,
para comunicar todo aquello,
todo lo que esa verborragia tempranera
les impone;
aquel es su instrumento,
las palabras, el medio,
mi pensar, mi voz,
escritos;
saben o pretenden decir
hasta lo que callo;
conocen mis inquietudes,
mis cuestionamientos, mis preocupaciones,
¡saben de mi amor
a los árboles, en todos sus aspectos!,
por aquí, reducidos a manchones verdes,
algunos, con incipientes flores
que las tantas moles pétreas
oprimen
y aun así
nada detiene su ímpetu,
su majestuosa ofrenda,
la que pocos aprecian,
la que muchos,
-inclinadas, sus cabezas
por demasiadas preocupaciones-
ignoran.
¡Como si este novísimo anticipo de primavera
retornara
en un futuro, de igual modo!
¡no!
nada podrá reemplazar
a este exclusivo rebrote,
obsequio esperado e inesperado
de la naturaleza
que pese a todo,
pese a la desidia,
al olvido;
incluso, a esa lamentable e inexplicable insistencia
en su deterioro,
en su extinción,
surge
tantas veces, de la nada,
en cualquier rincón,
recoveco,
alcantarilla,
a través de una hendija,
de una baldosa suelta,
donde sea.
El esplendor vital se impone,
el hombre,
el regreso necesario a su hábitat,
despojado,
desnudo, las manos vacías,
la cara al sol, al viento;
si realmente lo consigue,
si logra apartarse, siquiera, un instante,
de todo aquello que lo contamina:
ciertas personas, tecnología, ideas impuestas,
manipulaciones esclavizantes,
-en ocasiones, imperceptibles-,
si se aparta de todo aquello
que atenta contra sus imprevistos impulsos,
que pretende ahogar sus más ansiados sueños,
ese anhelo, ferviente, de vivir,
de ser
también logrará imponerse,
sea cual sea el contexto,
sean cuales sean las opresiones;
entonces, será rebrote, será rey, será dueño de sí mismo,
será instinto, será pasión,
será retorno a su estado puro.
¡será, al fin, fiel exponente del vivir,
del sentir, del dar,
ardiente, feroz defensor
de su libertad!
domingo, septiembre 15, 2019
Los espacio-agujeros
Hay mil maneras:
puedo salir
ahora mismo,
mirar desde el balcón
tantos edificios,
recrear a tantos seres
detrás de tanto cemento;
tantas vidas
deshilachadas,
tantas vidas
¿dichosas?
tantas vidas.
Tantas muertes
en vida;
puedo no salir
y quedarme detrás,
siempre detrás,
como esos personajes teatrales
que apenas, son relleno,
bailan, caminan, fingen que conversan,
como parte del decorado;
así, puedo pasarme días,
tal vez, años;
o puedo creerme la protagonista
de aquella historia
sobre todo cuando me propongo recordar
ciertos detalles, ciertos olores,
ciertos sabores
que la convirtieron
o hicieron que yo la convirtiera
en una novela de amor
más real que la realidad misma,
mucho más ficticia
que la ficción
que luego organicé en mi cabeza
y trasladé o intenté trasladar
al papel,
a la pantalla.
Puedo imaginar,
desear,
no sé, quizás, eso: desear
que hubiera sido cierto.
Que ese extracto del pasado se hubiera quedado,
que no hubiera cumplido su ancestral rol de depredador,
ávido de tantos afanes,
especialista en dejar esos espacio-agujeros entre-líneas,
entre-mentes/almas;
puedo decir que te pienso
pero de inmediato se atribuiría al hecho
de que es domingo,
de que estoy sola,
de que la brisa cálida
incita a revolver en la antigua correspondencia,
así,
se hayan ajado esas viejas hojas,
así,
tantos otoños transcurridos
hubieran acabado con ellas,
desparramando tinta,
siluetas de lágrimas
aquí, allá, más lejos, uhhh, ¡tan lejos!
insisto, puedo salir,
aun, convencerme de que el aire de la ciudad es puro,
que renueva mis pensamientos,
agiliza el cuerpo,
esconde, por un rato,
los recuerdos;
o imaginar que viajo
junto a aquel pájaro,
-quizás, sea el mismo-
hacia lugares que hoy no sé
si deseo conocer;
porque siento de un modo muy distinto,
tal vez, me cansé de sentir lo que sentía,
de extrañarte como lo hacía,
de pensarte,
de esperar,
de esperar inútilmente.
También, de fingir que no te sentía,
que no te extrañaba,
que no te esperaba,
-confieso haberlo hecho
por largo tiempo-,
pero hoy,
en este instante,
ni siquiera.
puedo salir
ahora mismo,
mirar desde el balcón
tantos edificios,
recrear a tantos seres
detrás de tanto cemento;
tantas vidas
deshilachadas,
tantas vidas
¿dichosas?
tantas vidas.
Tantas muertes
en vida;
puedo no salir
y quedarme detrás,
siempre detrás,
como esos personajes teatrales
que apenas, son relleno,
bailan, caminan, fingen que conversan,
como parte del decorado;
así, puedo pasarme días,
tal vez, años;
o puedo creerme la protagonista
de aquella historia
sobre todo cuando me propongo recordar
ciertos detalles, ciertos olores,
ciertos sabores
que la convirtieron
o hicieron que yo la convirtiera
en una novela de amor
más real que la realidad misma,
mucho más ficticia
que la ficción
que luego organicé en mi cabeza
y trasladé o intenté trasladar
al papel,
a la pantalla.
Puedo imaginar,
desear,
no sé, quizás, eso: desear
que hubiera sido cierto.
Que ese extracto del pasado se hubiera quedado,
que no hubiera cumplido su ancestral rol de depredador,
ávido de tantos afanes,
especialista en dejar esos espacio-agujeros entre-líneas,
entre-mentes/almas;
puedo decir que te pienso
pero de inmediato se atribuiría al hecho
de que es domingo,
de que estoy sola,
de que la brisa cálida
incita a revolver en la antigua correspondencia,
así,
se hayan ajado esas viejas hojas,
así,
tantos otoños transcurridos
hubieran acabado con ellas,
desparramando tinta,
siluetas de lágrimas
aquí, allá, más lejos, uhhh, ¡tan lejos!
insisto, puedo salir,
aun, convencerme de que el aire de la ciudad es puro,
que renueva mis pensamientos,
agiliza el cuerpo,
esconde, por un rato,
los recuerdos;
o imaginar que viajo
junto a aquel pájaro,
-quizás, sea el mismo-
hacia lugares que hoy no sé
si deseo conocer;
porque siento de un modo muy distinto,
tal vez, me cansé de sentir lo que sentía,
de extrañarte como lo hacía,
de pensarte,
de esperar,
de esperar inútilmente.
También, de fingir que no te sentía,
que no te extrañaba,
que no te esperaba,
-confieso haberlo hecho
por largo tiempo-,
pero hoy,
en este instante,
ni siquiera.
No asumir la anulación de lo vivible
Cuando uno se siente
en el fondo,
cuando no se ve nada
hacia adelante;
cuando retroceder en el tiempo
no solo no sirve, ni alcanza,
¡hastía, aniquila,
carcome los sueños!
ese ayer, carroñero,
que deteriora,
se empeña en nuestro exterminio;
nos aparta de toda posibilidad,
hasta de la más mínima sospecha de alguna posibilidad;
-si bien sabemos que pasará,
es difícil atravesarlo-;
remontar el día,
cada uno de los días,
como aquel barrilete,
cuando soplaba una muy leve brisa;
cuesta retomar el camino empinado,
re-intentar el ascenso,
no resbalar, no titubear,
no tambalearse,
¡no caer!
no caer en la aceptación de la idea de derrota,
del fin de todo,
no asumir la anulación de lo vivible.
Cuando apenas, un ruido,
un comentario, un rumor,
una levísima dificultad,
lo que fuera,
nada,
nos angustia,
nos derrumba,
es momento
de bajar al suelo,
posarse sobre la hierba húmeda,
observar cómo crece el más pequeño arbusto,
cómo se posa la abeja en la más diminuta flor;
concentrarnos en el brote más insignificante,
en apariencia,
para entender:
que así se empieza,
así, se recomienza;
que es preciso
abandonar lo que nos daña,
aquello que silencia la creatividad,
niebla nuestros sueños,
ahoga toda magia,
nos sume
en el agujero
del auto-olvido;
en fin, sentados, recostados,
sobre el pasto,
-el mejor colchón,
el mejor techo-,
nada de los que hicimos, hacemos
tendrá ya el mismo sentido;
todo se verá nuevo,
fresco,
olerá distinto;
rebrotarán en el cuerpo, en el alma
esas ansias,
esa avidez, curiosa
que permitimos pasaran de largo,
en pos de intereses inútiles;
la hierba crecerá y crecerá
tapizará nuestro interior;
seremos árbol frondoso,
daremos flores, daremos frutos,
daremos sombra,
belleza, cobijo;
seremos instinto,
seremos animales,
vegetales,
¡seremos parte!
extenderemos nuestras ramas
hacia otras que también se prolongarán
hacia nuevos lazos naturales;
¿alguien, acaso, podría imaginar
la magnitud
de semejante
despliegue?
¿quién, qué y de qué manera
podría desestabilizar
las raíces
de tan poderosa conjunción?
en el fondo,
cuando no se ve nada
hacia adelante;
cuando retroceder en el tiempo
no solo no sirve, ni alcanza,
¡hastía, aniquila,
carcome los sueños!
ese ayer, carroñero,
que deteriora,
se empeña en nuestro exterminio;
nos aparta de toda posibilidad,
hasta de la más mínima sospecha de alguna posibilidad;
-si bien sabemos que pasará,
es difícil atravesarlo-;
remontar el día,
cada uno de los días,
como aquel barrilete,
cuando soplaba una muy leve brisa;
cuesta retomar el camino empinado,
re-intentar el ascenso,
no resbalar, no titubear,
no tambalearse,
¡no caer!
no caer en la aceptación de la idea de derrota,
del fin de todo,
no asumir la anulación de lo vivible.
Cuando apenas, un ruido,
un comentario, un rumor,
una levísima dificultad,
lo que fuera,
nada,
nos angustia,
nos derrumba,
es momento
de bajar al suelo,
posarse sobre la hierba húmeda,
observar cómo crece el más pequeño arbusto,
cómo se posa la abeja en la más diminuta flor;
concentrarnos en el brote más insignificante,
en apariencia,
para entender:
que así se empieza,
así, se recomienza;
que es preciso
abandonar lo que nos daña,
aquello que silencia la creatividad,
niebla nuestros sueños,
ahoga toda magia,
nos sume
en el agujero
del auto-olvido;
en fin, sentados, recostados,
sobre el pasto,
-el mejor colchón,
el mejor techo-,
nada de los que hicimos, hacemos
tendrá ya el mismo sentido;
todo se verá nuevo,
fresco,
olerá distinto;
rebrotarán en el cuerpo, en el alma
esas ansias,
esa avidez, curiosa
que permitimos pasaran de largo,
en pos de intereses inútiles;
la hierba crecerá y crecerá
tapizará nuestro interior;
seremos árbol frondoso,
daremos flores, daremos frutos,
daremos sombra,
belleza, cobijo;
seremos instinto,
seremos animales,
vegetales,
¡seremos parte!
extenderemos nuestras ramas
hacia otras que también se prolongarán
hacia nuevos lazos naturales;
¿alguien, acaso, podría imaginar
la magnitud
de semejante
despliegue?
¿quién, qué y de qué manera
podría desestabilizar
las raíces
de tan poderosa conjunción?
viernes, septiembre 13, 2019
El poeta/escritor no tiene una misión determinada
El poeta, el escritor,
no tienen una misión.
Olvídense
de todo lo que pude haber dicho antes,
ahora, en este momento,
lo veo, lo considero
en forma distinta;
lo veo, lo considero
en forma distinta;
se evoluciona, se aprende,
se observa, se piensa,
se resuelve, ¿o no es así?
el poeta muestra,
hace ver para quien esté dispuesto,
hace ver para quien esté dispuesto,
cuenta, ficcionaliza sobre algo personal
o inventa lo que fuera sobre algo que pudieron haberle contado
o crea, simplemente,
en el marco de su poema, su relato, su cuento,
historias absolutamente alejadas de la "realidad";
nuevas historias,
apartadas de sus propias vivencias,
de las de personas que conoce,
conoció, creyó conocer;
es todo.
si un escrito
le llega por el medio que sea
a quien sea,
lo recibirá según se encuentre,
conforme a si lo necesita o no,
en comunión -o todo lo contrario-
con aquello en lo que está pensando;
con aquello en lo que está pensando;
según sean sus instancias,
su problemática, sus propios cuestionamientos;
el escritor, poeta, lo que fuera
arroja sus líneas
porque le place hacerlo,
más allá de la recepción,
de la no recepción,
del modo en que se acojan sus dichos;
más allá de la recepción,
de la no recepción,
del modo en que se acojan sus dichos;
no tiene el deber, no tiene ninguna obligación
de nada,
en absoluto;
en absoluto;
mucho menos,
cuando no se dedica profesionalmente a su labor,
-es decir,
no se le paga por ello-.
Por eso es tan noble y generosa
su tarea,
mucho más,
cuando no recibe nada, ¡nada de nada!
no solo material,
no recibe buenas críticas,
ni apoyo, ni estímulo alguno;
no recibe buenas críticas,
ni apoyo, ni estímulo alguno;
por el contrario,
a veces, son risotadas que en vano,
intentan disimular,
miradas de desprecio,
basadas en la creencia de que no significa nada,
de que no significa esfuerzo alguno,
ni mental, ni físico,
ni espiritual,
este pseudo-trabajo,
-segun la opinion
de este tipo de personas-.
de este tipo de personas-.
Particularmente,
no me importa.
Seguiré haciendo esto
me lean, no me lean,
me critiquen, no lo hagan,
me elogien,
me den palos o premios,
será igual.
Pues más allá de opiniones personales,
con las que puedo o no coincidir,
más allá de enconos,
de prejuicios,
de juicios equivocados en más, en menos,
seré la que seré,
diré lo que me surja,
necesite, me siente inspirada
en decir,
diré lo que me surja,
necesite, me siente inspirada
en decir,
siempre.
Hoy
más que nunca,
más que el año pasado,
más que ayer,
menos que mañana
y seguramente,
mucho menos que dentro de una semana,
meses, años...
meses, años...
sábado, septiembre 07, 2019
Vacaciones de la sub-vida
Solo
una calle cortada,
los árboles
extendidos sus brazos
de una vereda a la otra,
besándose,
sin importarles
por qué, cómo, cuándo,
quiénes éramos nosotros,
tristes, aburridos transeúntes
ocupados, exclusivamente, en nuestros problemas,
como si fuéramos los únicos,
como si todos debieran preguntarnos,
detenerse, reparar en la ausencia
de nuestro buen ánimo;
creerse el centro de todo,
típica idea, postura
del hombre de ciudad;
camina
sin mirar adelante,
tampoco a ambos lados,
como si deseara,
¡exigiera!
ser el único,
lo demuestra todo el tiempo,
intentando pasar primero,
¡siempre primero!
así,
nada, nadie lo espere;
primero,
para no llegar a ningún sitio,
pero primero,
antes que todos,
con esa jactancia, insufrible,
ese narcisismo patológico
que luego les sorprende
observar en otros;
pero vuelvo a esa calle,
no, mejor digo: callecita,
-no por reducida extensión,
sino por encanto-;
maravillada,
me detuve en una de sus esquinas,
-a pesar de que alguno que otro
me arrasó, literalmente hablando-,
¡qué placer enorme
hallar ese espacio
que remitía, remite
a tiempos anteriores
y no demasiado!,
cuando las personas
se detenían,
hablaban entre sí,
tomaban café, lo que fuera,
en uno de esos deliciosos lugares
que aunque urbanos,
conservan cierto aroma, cierto detalle particular
que reenvía a algún tiempo
en que no se observaba a las personas,
-cualquiera sea su edad-,
inclinadas sobre el celular;
se las veía conversar,
reír,
tomarse de las manos;
si estaban solas,
leyendo, con tranquilidad, algún periódico,
quizás, un libro,
con una, dos servilletas, un block de hojas,
una lapicera,
fieles testigos
de esa repentina inspiración;
así
viví, en el día de ayer,
-tal vez, anteayer-,
tan valiosos instantes:
olvidé mi celular,
olvidé el resto, la gente, apurada en vano,
el enojo, la molestia,
el desamparo
en sus ojos.
Lo olvidé,
lo suprimí,
para poder gozar,
allí, en esa mesa,
sobre la vereda,
de ese bar,
del riquísimo café,
de esa impactante conjunción arbórea
proyectando su sombra sobre el antiguo empedrado;
mi mente,
mi alma,
muy lejos
del agobio cotidiano,
de las obligaciones,
los trabajos pendientes,
las caras poco o nada amigables,
¡de la escritura misma!
sonreía en mi interior,
con todo mi ser
y mi semblante reflejó, enseguida, esa sonrisa;
todo quedó atrás, por un largo rato,
apenas audible,
cual melodía lejana;
me sentí, en verdad,
como si estuviera de vacaciones,
vacaciones de los miedos,
vacaciones de la incertidumbre,
de la angustia,
vacaciones del deber de decir,
de hacer esto, aquello;
un regreso, por cierto, inesperado
al sentir, al decir plácido, relajado,
espontáneo,
sin pensar en objetivos,
sin enfocar en tal o cual destinatario.
¡Vacaciones del pensar
del programar,
de planificar!
vacaciones
de la sub-vida.
una calle cortada,
los árboles
extendidos sus brazos
de una vereda a la otra,
besándose,
sin importarles
por qué, cómo, cuándo,
quiénes éramos nosotros,
tristes, aburridos transeúntes
ocupados, exclusivamente, en nuestros problemas,
como si fuéramos los únicos,
como si todos debieran preguntarnos,
detenerse, reparar en la ausencia
de nuestro buen ánimo;
creerse el centro de todo,
típica idea, postura
del hombre de ciudad;
camina
sin mirar adelante,
tampoco a ambos lados,
como si deseara,
¡exigiera!
ser el único,
lo demuestra todo el tiempo,
intentando pasar primero,
¡siempre primero!
así,
nada, nadie lo espere;
primero,
para no llegar a ningún sitio,
pero primero,
antes que todos,
con esa jactancia, insufrible,
ese narcisismo patológico
que luego les sorprende
observar en otros;
pero vuelvo a esa calle,
no, mejor digo: callecita,
-no por reducida extensión,
sino por encanto-;
maravillada,
me detuve en una de sus esquinas,
-a pesar de que alguno que otro
me arrasó, literalmente hablando-,
¡qué placer enorme
hallar ese espacio
que remitía, remite
a tiempos anteriores
y no demasiado!,
cuando las personas
se detenían,
hablaban entre sí,
tomaban café, lo que fuera,
en uno de esos deliciosos lugares
que aunque urbanos,
conservan cierto aroma, cierto detalle particular
que reenvía a algún tiempo
en que no se observaba a las personas,
-cualquiera sea su edad-,
inclinadas sobre el celular;
se las veía conversar,
reír,
tomarse de las manos;
si estaban solas,
leyendo, con tranquilidad, algún periódico,
quizás, un libro,
con una, dos servilletas, un block de hojas,
una lapicera,
fieles testigos
de esa repentina inspiración;
así
viví, en el día de ayer,
-tal vez, anteayer-,
tan valiosos instantes:
olvidé mi celular,
olvidé el resto, la gente, apurada en vano,
el enojo, la molestia,
el desamparo
en sus ojos.
Lo olvidé,
lo suprimí,
para poder gozar,
allí, en esa mesa,
sobre la vereda,
de ese bar,
del riquísimo café,
de esa impactante conjunción arbórea
proyectando su sombra sobre el antiguo empedrado;
mi mente,
mi alma,
muy lejos
del agobio cotidiano,
de las obligaciones,
los trabajos pendientes,
las caras poco o nada amigables,
¡de la escritura misma!
sonreía en mi interior,
con todo mi ser
y mi semblante reflejó, enseguida, esa sonrisa;
todo quedó atrás, por un largo rato,
apenas audible,
cual melodía lejana;
me sentí, en verdad,
como si estuviera de vacaciones,
vacaciones de los miedos,
vacaciones de la incertidumbre,
de la angustia,
vacaciones del deber de decir,
de hacer esto, aquello;
un regreso, por cierto, inesperado
al sentir, al decir plácido, relajado,
espontáneo,
sin pensar en objetivos,
sin enfocar en tal o cual destinatario.
¡Vacaciones del pensar
del programar,
de planificar!
vacaciones
de la sub-vida.
viernes, septiembre 06, 2019
Reconstruir el particular paisaje
Ya no se oye
en mi cabeza
ese susurro,
esas palabras inquietantes,
tampoco, el grito,
ni el insultante declamar.
Nada.
Ya no se me mueve
ni una pestaña
si por un momento,
por tedio, por hábito,
por cualquier motivo inmotivado
se me cruza
tu presencia ausente,
tu ausencia tan temida
hoy, un alivio indescriptible;
¡aire fresco, al fin,
cambios, renovación,
vuelta a mi esencia!
de regreso a la vida,
no habiéndola vivido
durante todos esos años;
lo peor de todo:
sin darme cuenta;
siguiendo,
solo siguiendo,
haciendo lo que hacía todos los días,
no haciendo tantas cosas que había hecho,
no intentando, siquiera, hacer lo de antes,
mucho menos,
atreviéndome a probar con algo nuevo.
En eso me convertí,
sin darme cuenta.
Amaneciendo,
atardeciendo,
anocheciendo
en medio de esas tormentas
más, menos intensas,
grises, más grises, negras,
sin percibir, siquiera, las gotas de lluvia,
sin acusar recibo de los rayos,
casi sin estremecerme ante el tronar poderoso
que anulaba mi entendimiento,
entorpecía mis actos,
mis más simples decisiones,
sin darme cuenta.
Así, pasaron las semanas,
los meses,
los años;
así, pasé yo,
junto a mis aficiones, mis gustos,
mis pequeñas alegrías,
mis entrañables sueños;
todo pasó,
todo dejé pasar,
sin darme cuenta.
Por eso, déjenme gritar
todo lo que por tanto tiempo ahogué,
todo lo que no pude,
no me atrevía a soltar,
sin darme cuenta.
Ya no tiemblo, ya no,
al solo mencionarte,
ya no me interesa en qué pensás, qué decís,
adónde fuiste, con quién, cómo, por qué
ya no me fijo si tengo mensajes,
ya no me inquieta si suena el celular;
poco a poco,
pude reconstruir
mi particular paisaje,
repleto de sílabas, palabras
que volvieron, vuelven a ser versos, frases,
expresiones,
historias
que nada tienen que ver,
que nada deberían, deberán
tener que ver
con aquella extinción,
en esa jaula, -de algún modo,
auto-impuesta-,
detrás de cuyos barrotes
veía apenas, recortes
de lo que casi ni se parecía a la vida
lo peor de todo:
¡sin darme cuenta!
en mi cabeza
ese susurro,
esas palabras inquietantes,
tampoco, el grito,
ni el insultante declamar.
Nada.
Ya no se me mueve
ni una pestaña
si por un momento,
por tedio, por hábito,
por cualquier motivo inmotivado
se me cruza
tu presencia ausente,
tu ausencia tan temida
hoy, un alivio indescriptible;
¡aire fresco, al fin,
cambios, renovación,
vuelta a mi esencia!
de regreso a la vida,
no habiéndola vivido
durante todos esos años;
lo peor de todo:
sin darme cuenta;
siguiendo,
solo siguiendo,
haciendo lo que hacía todos los días,
no haciendo tantas cosas que había hecho,
no intentando, siquiera, hacer lo de antes,
mucho menos,
atreviéndome a probar con algo nuevo.
En eso me convertí,
sin darme cuenta.
Amaneciendo,
atardeciendo,
anocheciendo
en medio de esas tormentas
más, menos intensas,
grises, más grises, negras,
sin percibir, siquiera, las gotas de lluvia,
sin acusar recibo de los rayos,
casi sin estremecerme ante el tronar poderoso
que anulaba mi entendimiento,
entorpecía mis actos,
mis más simples decisiones,
sin darme cuenta.
Así, pasaron las semanas,
los meses,
los años;
así, pasé yo,
junto a mis aficiones, mis gustos,
mis pequeñas alegrías,
mis entrañables sueños;
todo pasó,
todo dejé pasar,
sin darme cuenta.
Por eso, déjenme gritar
todo lo que por tanto tiempo ahogué,
todo lo que no pude,
no me atrevía a soltar,
sin darme cuenta.
Ya no tiemblo, ya no,
al solo mencionarte,
ya no me interesa en qué pensás, qué decís,
adónde fuiste, con quién, cómo, por qué
ya no me fijo si tengo mensajes,
ya no me inquieta si suena el celular;
poco a poco,
pude reconstruir
mi particular paisaje,
repleto de sílabas, palabras
que volvieron, vuelven a ser versos, frases,
expresiones,
historias
que nada tienen que ver,
que nada deberían, deberán
tener que ver
con aquella extinción,
en esa jaula, -de algún modo,
auto-impuesta-,
detrás de cuyos barrotes
veía apenas, recortes
de lo que casi ni se parecía a la vida
lo peor de todo:
¡sin darme cuenta!
¿Qué pasó con las personas?
recuerdo
cuando se alegraban
pero no se trataba de una alegría para mostrar,
ni demostrar,
no era una alegría de vidriera,
era una alegría, un regocijo
interior,
pues provenía
de la satisfacción,
de la emoción
al haber logrado aquello
que antes los había estimulado,
quizás, un sueño cumplido
que los colmaba de orgullo
que de ningún modo era ese orgullo egoísta,
el que incita a la ostentosa exhibición de lo que se logra,
lo que se hace, lo que se alcanza.
Recuerdo,
también
a quienes los felicitaban,
cuando esa felicitación, esos buenos deseos
eran auténticos;
les hacía bien
que alguien,
de cualquier ámbito
y por el motivo que hubiera sido
se sintiera dichoso,
riera, festejara,
entonces, su festejo
en el rol de ocasionales "triunfadores",
se aunaba al festejo de ellos,
ocasionales espectadores
de ese honor, esa meta concretada
que no se transformaba, -en general-,
en un obsesivo, enfermizo, afán de éxito,
a costa de todo, de todos,
que no se lo utilizaba con el objeto de arrojárselo en la cara
a nadie,
como diciéndole, con gran jactancia:
conseguí esto, aquello,
¿y vos?
¿qué conseguiste,
entretanto?
recuerdo que las personas
en un antes,
no tan lejano
eran mucho más generosas,
mucho más "humanas",
aquellas que obtenían objetos, títulos, nombramientos,
reconocimientos, etc.
y también las que eran testigos de esos logros
o dones.
-Pues lo uno y lo otro,
sabemos,
es efímero-.
Por ejemplo, el don de poder escribir, transmitir sentimientos, pensamientos,
historias,
le había permitido a un tal publicar cierto libro,
el don de ejecutar determinado instrumento había hecho posible
a algún otro,
tocar en ese concierto,
ser aplaudido,
ser contratado;
el don de tener la habilidad, la capacidad
para destacarse en cualquier arte, profesión, oficio, labor,
-así, el/la que hoy parecería insignificante, a muchos-
era, en sí mismo,
el premio,
¡el haber podido hacer algo con ese don
concedido, vaya a saber por quién, por qué causa,
cómo, cuándo fue recibido, para qué!
cuando ese don
puede prodigarse,
cuando se halla
el para qué de su recepción,
puede beneficiar, del modo en que sea,
a quien sea,
se transforma, realmente, en un trofeo,
¡en un verdadero trofeo!
en esa instancia,
alcanza, entonces, su punto más elevado,
roza el cielo,
esparce su luz en el universo;
en el acto sublime de compartirlo,
de hacerlo común;
así, como ha recaído en alguien, en algunos,
sin haberlo imaginado, siquiera,
trasladarlo en cualquier forma
a aquellos
a los que no les fue
otorgado,
por el momento,
sería, -según pienso-,
un absolutamente sublime
acto de devolución.
cuando se alegraban
pero no se trataba de una alegría para mostrar,
ni demostrar,
no era una alegría de vidriera,
era una alegría, un regocijo
interior,
pues provenía
de la satisfacción,
de la emoción
al haber logrado aquello
que antes los había estimulado,
quizás, un sueño cumplido
que los colmaba de orgullo
que de ningún modo era ese orgullo egoísta,
el que incita a la ostentosa exhibición de lo que se logra,
lo que se hace, lo que se alcanza.
Recuerdo,
también
a quienes los felicitaban,
cuando esa felicitación, esos buenos deseos
eran auténticos;
les hacía bien
que alguien,
de cualquier ámbito
y por el motivo que hubiera sido
se sintiera dichoso,
riera, festejara,
entonces, su festejo
en el rol de ocasionales "triunfadores",
se aunaba al festejo de ellos,
ocasionales espectadores
de ese honor, esa meta concretada
que no se transformaba, -en general-,
en un obsesivo, enfermizo, afán de éxito,
a costa de todo, de todos,
que no se lo utilizaba con el objeto de arrojárselo en la cara
a nadie,
como diciéndole, con gran jactancia:
conseguí esto, aquello,
¿y vos?
¿qué conseguiste,
entretanto?
recuerdo que las personas
en un antes,
no tan lejano
eran mucho más generosas,
mucho más "humanas",
aquellas que obtenían objetos, títulos, nombramientos,
reconocimientos, etc.
y también las que eran testigos de esos logros
o dones.
-Pues lo uno y lo otro,
sabemos,
es efímero-.
Por ejemplo, el don de poder escribir, transmitir sentimientos, pensamientos,
historias,
le había permitido a un tal publicar cierto libro,
el don de ejecutar determinado instrumento había hecho posible
a algún otro,
tocar en ese concierto,
ser aplaudido,
ser contratado;
el don de tener la habilidad, la capacidad
para destacarse en cualquier arte, profesión, oficio, labor,
-así, el/la que hoy parecería insignificante, a muchos-
era, en sí mismo,
el premio,
¡el haber podido hacer algo con ese don
concedido, vaya a saber por quién, por qué causa,
cómo, cuándo fue recibido, para qué!
cuando ese don
puede prodigarse,
cuando se halla
el para qué de su recepción,
puede beneficiar, del modo en que sea,
a quien sea,
se transforma, realmente, en un trofeo,
¡en un verdadero trofeo!
en esa instancia,
alcanza, entonces, su punto más elevado,
roza el cielo,
esparce su luz en el universo;
en el acto sublime de compartirlo,
de hacerlo común;
así, como ha recaído en alguien, en algunos,
sin haberlo imaginado, siquiera,
trasladarlo en cualquier forma
a aquellos
a los que no les fue
otorgado,
por el momento,
sería, -según pienso-,
un absolutamente sublime
acto de devolución.
miércoles, septiembre 04, 2019
Que nada ahogue ese fuego
Es posible
que logren
capturarme
-por un rato-,
con algunos de sus sueños,
así, no sean los míos,
ni se asemejen;
es posible
que confíe, en parte, en sus palabras,
antes bien, en SU palabra;
que espere
cuando dicen que debo esperar,
que cada día despierte
con la ilusión
de que ese día, esa mañana,
esa tarde, esa noche...
no crean
que me convencieron de nada,
¡no, de ningún modo!
puedo aceptar,
puedo esperar,
puedo tratar de entender,
puedo imaginar, hacer posible
que ciertas ideas, posiciones,
aun, idealizaciones,
coincidan,
en algún aspecto,
con las mías;
pero no desertaré,
no renunciaré, jamás
a mi propio pensar, sentir,
manifestarlo;
no permitiré
que el oleaje extinga mi huella,
que ni siquiera se intente
enmudecer mi verbo;
jamás podrán
con mi libertad de imaginar,
experimentar, decir,
ser
a través de mis letras,
aliadas, inseparables,
compañeras de camino,
fieles traductoras
de mi modo de ver,
de mis propios sueños,
de mi manera de contarlos,
de hacer visible
lo que a veces, pasa desapercibido;
de mis encendidas protestas,
mis fervorosas exaltaciones,
mi modo particular
de hablar -o escribir- sobre el amor,
vivido, inventado,
posible, imposible;
Y de primaveras,
próximas, lejanas,
de inviernos, arduos,
que invitan a reflexionar,
de árboles, de viento, de lluvia, de niebla,
de soles motivadores,
de pájaros,
parturientos de nuevos despertares,
inexploradas oportunidades
para expresarse, libremente,
para pelear,
para conciliar, para aprender,
para crear;
para cambiar
lo que hace falta cambiar.
No dejaré,
de ningún modo
que nada, en absoluto,
ahogue ese fuego
que bien valió,
vale el esfuerzo
de mantenerlo vivo.
que logren
capturarme
-por un rato-,
con algunos de sus sueños,
así, no sean los míos,
ni se asemejen;
es posible
que confíe, en parte, en sus palabras,
antes bien, en SU palabra;
que espere
cuando dicen que debo esperar,
que cada día despierte
con la ilusión
de que ese día, esa mañana,
esa tarde, esa noche...
no crean
que me convencieron de nada,
¡no, de ningún modo!
puedo aceptar,
puedo esperar,
puedo tratar de entender,
puedo imaginar, hacer posible
que ciertas ideas, posiciones,
aun, idealizaciones,
coincidan,
en algún aspecto,
con las mías;
pero no desertaré,
no renunciaré, jamás
a mi propio pensar, sentir,
manifestarlo;
no permitiré
que el oleaje extinga mi huella,
que ni siquiera se intente
enmudecer mi verbo;
jamás podrán
con mi libertad de imaginar,
experimentar, decir,
ser
a través de mis letras,
aliadas, inseparables,
compañeras de camino,
fieles traductoras
de mi modo de ver,
de mis propios sueños,
de mi manera de contarlos,
de hacer visible
lo que a veces, pasa desapercibido;
de mis encendidas protestas,
mis fervorosas exaltaciones,
mi modo particular
de hablar -o escribir- sobre el amor,
vivido, inventado,
posible, imposible;
Y de primaveras,
próximas, lejanas,
de inviernos, arduos,
que invitan a reflexionar,
de árboles, de viento, de lluvia, de niebla,
de soles motivadores,
de pájaros,
parturientos de nuevos despertares,
inexploradas oportunidades
para expresarse, libremente,
para pelear,
para conciliar, para aprender,
para crear;
para cambiar
lo que hace falta cambiar.
No dejaré,
de ningún modo
que nada, en absoluto,
ahogue ese fuego
que bien valió,
vale el esfuerzo
de mantenerlo vivo.
martes, septiembre 03, 2019
La única, irrepetible, película
Hallar en cada instancia,
por penosa,
agobiante
que sea,
el incentivo.
Algo, lo que fuera,
que nos recuerde
el sentido,
el objetivo
de estar por acá, ahora
y no en otro sitio;
que un nuevo día
-distinto, pues nunca será igual a los ya transcurridos-,
nos llama,
así, no pueda oírse el clamor
detrás de esas paredes,
esas ventanas,
que tampoco son las mismas,
ni lo serán.
Eso debería bastar.
Es cierto que existen problemas,
podemos enumerar cientos de ellos,
todos los tenemos, los tuvimos;
tantos, en ocasiones,
que si nos detuviéramos a repensarlos
ni siquiera, nos atreveríamos
a emerger de las mantas.
Sin embargo,
solo al mirarnos al espejo,
con todo lo que pueda pasarnos,
con todo lo que pueda preocuparnos
sonreírle,
¿a quién?
a nuestro ser,
a esa existencia
que aun, sin habernos despertado,
se repite un día más,
muchos días más.
Y son retazos preciosos,
irrenunciables,
es preciso saber
que esos efímeros fragmentos
no volverán,
¿tenemos, acaso, esa certeza?
el sol me abraza
como abraza a las personas que van o vienen,
como abraza a los muros,
a las cercanas, lejanas, calles,
a las vías del tren,
a los árboles que afortunadamente,
siguen de pie,
sea desnudos, sea pletóricos de verde;
árboles, plantas, césped
para convencernos
de que la primavera existe,
todavía.
Y habrá nuevos brotes, flores, perfumes,
un respirar, renovado, llenará nuestros pulmones;
llegarán jóvenes risas a nuestros oídos,
¡muchísimas!
encendiéndolo todo,
dándoles color, aliento,
a los que sufren,
animando, impulsando
a los que no se atreven,
a los que sienten que no pueden más,
a los que desertaron.
Los gigantes de cal y cemento
proyectan sombras.
Pues, ellas no existirían
sin esa presencia estelar, incitante
que nos honra,
con el poder, exclusivo, de transformar
a un opaco paisaje urbano
en la perfecta locación
para la única,
irrepetible,
película:
la de nuestra vida.
por penosa,
agobiante
que sea,
el incentivo.
Algo, lo que fuera,
que nos recuerde
el sentido,
el objetivo
de estar por acá, ahora
y no en otro sitio;
que un nuevo día
-distinto, pues nunca será igual a los ya transcurridos-,
nos llama,
así, no pueda oírse el clamor
detrás de esas paredes,
esas ventanas,
que tampoco son las mismas,
ni lo serán.
Eso debería bastar.
Es cierto que existen problemas,
podemos enumerar cientos de ellos,
todos los tenemos, los tuvimos;
tantos, en ocasiones,
que si nos detuviéramos a repensarlos
ni siquiera, nos atreveríamos
a emerger de las mantas.
Sin embargo,
solo al mirarnos al espejo,
con todo lo que pueda pasarnos,
con todo lo que pueda preocuparnos
sonreírle,
¿a quién?
a nuestro ser,
a esa existencia
que aun, sin habernos despertado,
se repite un día más,
muchos días más.
Y son retazos preciosos,
irrenunciables,
es preciso saber
que esos efímeros fragmentos
no volverán,
¿tenemos, acaso, esa certeza?
el sol me abraza
como abraza a las personas que van o vienen,
como abraza a los muros,
a las cercanas, lejanas, calles,
a las vías del tren,
a los árboles que afortunadamente,
siguen de pie,
sea desnudos, sea pletóricos de verde;
árboles, plantas, césped
para convencernos
de que la primavera existe,
todavía.
Y habrá nuevos brotes, flores, perfumes,
un respirar, renovado, llenará nuestros pulmones;
llegarán jóvenes risas a nuestros oídos,
¡muchísimas!
encendiéndolo todo,
dándoles color, aliento,
a los que sufren,
animando, impulsando
a los que no se atreven,
a los que sienten que no pueden más,
a los que desertaron.
Los gigantes de cal y cemento
proyectan sombras.
Pues, ellas no existirían
sin esa presencia estelar, incitante
que nos honra,
con el poder, exclusivo, de transformar
a un opaco paisaje urbano
en la perfecta locación
para la única,
irrepetible,
película:
la de nuestra vida.
domingo, septiembre 01, 2019
¿Cuál es la batalla?¿quién, el enemigo?
Bastaba con mirarnos
y ya entendíamos;
mi intuición, supongo,
de escritora o poeta,
-como prefieran-
puede entrever
en risas disimuladas, forzosas,
en frases, en ciertas frases,
algo muy distinto a lo que se muestra,
ciertos indicios
que remiten a la tristeza,
a la soledad,
al temor
más acuciante;
malestares, desasosiegos,
problemas,
-algunos, insalvables-
que muchos que tanto creí conocer
o conozco o conocí,
-no sé-,
esconden
para estar a salvo...
no entiendo de qué,
¿de ellos mismos?
como si avergonzara
mostrarse vulnerable,
decir lo que nos está pasando,
decir lo que se hace o no puede hacerse al respecto,
de una, otra manera,
sin disfraces,
sin segundas intenciones,
ni significados enigmáticos;
no es vergonzoso
ni humillante
no es tan complicado:
me siento mal,
me siento solo,
tengo miedo a esto, a aquello,
no sé qué hacer,
cómo seguir,
ayudame.
Para algunos,
esto significa algo así como admitir
el haber perdido la batalla,
me pregunto: ¿cuál era/es la batalla?
¿quién, el enemigo?
nosotros, es probable,
nuestros peores adversarios;
si no reconocemos,
si no aceptamos esas dudas,
ese padecer,
ese mutismo que estrangula
la garganta,
tempestades interiores que nos aíslan,
deterioran, corrompen
¡nos impiden
sentir!
ver, querer, gozar
re-escuchar el ancestral llamado
susurrante
del árbol,
del sol,
al que siempre se acudía
-en algún tiempo que pasó-,
en busca de amparo,
de su aliento refrescante, en un caso,
de la caricia ardiente, en el otro,
para luego volver,
¡volver a empezar!
si no hacemos algo al respecto,
estaremos perdidos.
No hay nada que reemplace
esa paz que otorga
el entendernos,
aun con aquello que nos preocupa,
como podamos;
integrarnos a los demás,
a la naturaleza a la cual aseguramos, tantas veces,
pertenecer.
¡ser capaces de admitir, lo que sea,
poder contarlo,
confiar, sobre todo,
en aquellos que amamos!
sino...
¿de qué se trataría
esa cuestión del amor?
siempre podemos mejorar,
por, para nosotros, en principio,
sin presionarnos;
tomándonos de nuestras propias manos,
abrazándonos,
para así, poder abrazar a otros,
porque somos reales,
porque nos urge recuperar esa convicción,
¡porque somos esto que somos,
tal como nos ven,
aquí, allá, donde sea!
insisto: podemos cambiar,
intentar, si lo deseamos, una mejora,
sin interrumpir nuestro camino,
quizás,
quede una huella,
nuestra particular, única,
irrepetible
huella.
y ya entendíamos;
mi intuición, supongo,
de escritora o poeta,
-como prefieran-
puede entrever
en risas disimuladas, forzosas,
en frases, en ciertas frases,
algo muy distinto a lo que se muestra,
ciertos indicios
que remiten a la tristeza,
a la soledad,
al temor
más acuciante;
malestares, desasosiegos,
problemas,
-algunos, insalvables-
que muchos que tanto creí conocer
o conozco o conocí,
-no sé-,
esconden
para estar a salvo...
no entiendo de qué,
¿de ellos mismos?
como si avergonzara
mostrarse vulnerable,
decir lo que nos está pasando,
decir lo que se hace o no puede hacerse al respecto,
de una, otra manera,
sin disfraces,
sin segundas intenciones,
ni significados enigmáticos;
no es vergonzoso
ni humillante
no es tan complicado:
me siento mal,
me siento solo,
tengo miedo a esto, a aquello,
no sé qué hacer,
cómo seguir,
ayudame.
Para algunos,
esto significa algo así como admitir
el haber perdido la batalla,
me pregunto: ¿cuál era/es la batalla?
¿quién, el enemigo?
nosotros, es probable,
nuestros peores adversarios;
si no reconocemos,
si no aceptamos esas dudas,
ese padecer,
ese mutismo que estrangula
la garganta,
tempestades interiores que nos aíslan,
deterioran, corrompen
¡nos impiden
sentir!
ver, querer, gozar
re-escuchar el ancestral llamado
susurrante
del árbol,
del sol,
al que siempre se acudía
-en algún tiempo que pasó-,
en busca de amparo,
de su aliento refrescante, en un caso,
de la caricia ardiente, en el otro,
para luego volver,
¡volver a empezar!
si no hacemos algo al respecto,
estaremos perdidos.
No hay nada que reemplace
esa paz que otorga
el entendernos,
aun con aquello que nos preocupa,
como podamos;
integrarnos a los demás,
a la naturaleza a la cual aseguramos, tantas veces,
pertenecer.
¡ser capaces de admitir, lo que sea,
poder contarlo,
confiar, sobre todo,
en aquellos que amamos!
sino...
¿de qué se trataría
esa cuestión del amor?
siempre podemos mejorar,
por, para nosotros, en principio,
sin presionarnos;
tomándonos de nuestras propias manos,
abrazándonos,
para así, poder abrazar a otros,
porque somos reales,
porque nos urge recuperar esa convicción,
¡porque somos esto que somos,
tal como nos ven,
aquí, allá, donde sea!
insisto: podemos cambiar,
intentar, si lo deseamos, una mejora,
sin interrumpir nuestro camino,
quizás,
quede una huella,
nuestra particular, única,
irrepetible
huella.
Suscribirse a:
Entradas (Atom)