Salvate.
Mi intensidad,
-lo dijiste alguna vez-
te ahoga,
te presiona,
te perturba
en mil modos;
cuando antes,
mucho tiempo antes
fue lo que precisamente, te atrapó,
aquello de lo que te era imposible huir;
lo que opacó tu más mínima idea
de lo que fuera,
lo que te llevó a arrojarte a mí,
a mi -ahora, tan temida- intensidad
con toda la furia,
con tu propia intensidad.
Salvate.
Ahora, en este momento,
no estás listo,
ni mañana,
no, ya no sucederá;
se consumió, dejaste que se consumiera
tu ser espontáneo,
esas ansias incontrolables
que poseían a todos tus sentidos,
al gritar, sin prejuicios,
tu amor, tu deseo
sin importar qué, cómo pensaran,
sin importar hasta qué punto
enloquecías de placer,
gozabas al extremo de esa intensidad
- por cierto, muy valorada en esos años-
aun, expuesto a perder la cordura,
a no poder pensar
en nada más,
a no poder vivir
sin ella,
sin mí.
Por eso, te digo:
si por casualidad,
se te ocurre imaginar, siquiera,
un posible retorno
a aquello,
-en realidad, a algo que se le pareciera
en parte-,
olvidate.
No podés,
no podrás,
nunca más.
Mi intensidad,
en verdad,
te desbordaría,
te produciría angustia,
pánico
-y no sé cuántas sensaciones "horribles" más-,
en un nivel, diría,
superlativo.
Insisto, entonces
y te advierto:
¡salvate!
No hay comentarios:
Publicar un comentario