Hallar en cada instancia,
por penosa,
agobiante
que sea,
el incentivo.
Algo, lo que fuera,
que nos recuerde
el sentido,
el objetivo
de estar por acá, ahora
y no en otro sitio;
que un nuevo día
-distinto, pues nunca será igual a los ya transcurridos-,
nos llama,
así, no pueda oírse el clamor
detrás de esas paredes,
esas ventanas,
que tampoco son las mismas,
ni lo serán.
Eso debería bastar.
Es cierto que existen problemas,
podemos enumerar cientos de ellos,
todos los tenemos, los tuvimos;
tantos, en ocasiones,
que si nos detuviéramos a repensarlos
ni siquiera, nos atreveríamos
a emerger de las mantas.
Sin embargo,
solo al mirarnos al espejo,
con todo lo que pueda pasarnos,
con todo lo que pueda preocuparnos
sonreírle,
¿a quién?
a nuestro ser,
a esa existencia
que aun, sin habernos despertado,
se repite un día más,
muchos días más.
Y son retazos preciosos,
irrenunciables,
es preciso saber
que esos efímeros fragmentos
no volverán,
¿tenemos, acaso, esa certeza?
el sol me abraza
como abraza a las personas que van o vienen,
como abraza a los muros,
a las cercanas, lejanas, calles,
a las vías del tren,
a los árboles que afortunadamente,
siguen de pie,
sea desnudos, sea pletóricos de verde;
árboles, plantas, césped
para convencernos
de que la primavera existe,
todavía.
Y habrá nuevos brotes, flores, perfumes,
un respirar, renovado, llenará nuestros pulmones;
llegarán jóvenes risas a nuestros oídos,
¡muchísimas!
encendiéndolo todo,
dándoles color, aliento,
a los que sufren,
animando, impulsando
a los que no se atreven,
a los que sienten que no pueden más,
a los que desertaron.
Los gigantes de cal y cemento
proyectan sombras.
Pues, ellas no existirían
sin esa presencia estelar, incitante
que nos honra,
con el poder, exclusivo, de transformar
a un opaco paisaje urbano
en la perfecta locación
para la única,
irrepetible,
película:
la de nuestra vida.
No hay comentarios:
Publicar un comentario