domingo, septiembre 01, 2019

¿Cuál es la batalla?¿quién, el enemigo?

Bastaba con mirarnos
y ya entendíamos;

mi intuición, supongo,
de escritora o poeta,
-como prefieran-

puede entrever
en risas disimuladas, forzosas,
en frases, en ciertas frases,

algo muy distinto a lo que se muestra,

ciertos indicios
que remiten a la tristeza,
a la soledad,

al temor
más acuciante;

malestares, desasosiegos,
problemas,
-algunos, insalvables-

que muchos que tanto creí conocer
o conozco o conocí,
-no sé-,

esconden

para estar a salvo...

no entiendo de qué,
¿de ellos mismos?

como si avergonzara
mostrarse vulnerable,

decir lo que nos está pasando,
decir lo que se hace o no puede hacerse al respecto,
de una, otra manera,

sin disfraces,
sin segundas intenciones,
ni significados enigmáticos;

no es vergonzoso
ni humillante

no es tan complicado:
me siento mal,
me siento solo,
tengo miedo a esto, a aquello,

no sé qué hacer,
cómo seguir,

ayudame.

Para algunos,

esto significa algo así como admitir
el haber perdido la batalla,

me pregunto: ¿cuál era/es la batalla?
¿quién, el enemigo?

nosotros, es probable,
nuestros peores adversarios;

si no reconocemos,
si no aceptamos esas dudas,
ese padecer,

ese mutismo que estrangula
la garganta,

tempestades interiores que nos aíslan,
deterioran, corrompen

¡nos impiden
sentir!

ver, querer, gozar

re-escuchar el ancestral llamado
susurrante

del árbol,
del sol,

al que siempre se acudía
-en algún tiempo que pasó-,
en busca de amparo,

de su aliento refrescante, en un caso,
de la caricia ardiente, en el otro,

para luego volver,
¡volver a empezar!

si no hacemos algo al respecto,
estaremos perdidos.

No hay nada que reemplace
esa paz que otorga
el entendernos,

aun con aquello que nos preocupa,
como podamos;

integrarnos a los demás,
a la naturaleza a la cual aseguramos, tantas veces,
pertenecer.

¡ser capaces de admitir, lo que sea,
poder contarlo,
confiar, sobre todo,
en aquellos que amamos!

sino...

¿de qué se trataría
esa cuestión del amor?

siempre podemos mejorar,
por, para nosotros, en principio,

sin presionarnos;

tomándonos de nuestras propias manos,
abrazándonos,
para así, poder abrazar a otros,

porque somos reales,
porque nos urge recuperar esa convicción,

¡porque somos esto que somos,
tal como nos ven,
aquí, allá, donde sea!

insisto: podemos cambiar,
intentar, si lo deseamos, una mejora,

sin interrumpir nuestro camino,

quizás,
quede una huella,

nuestra particular, única,
irrepetible

huella.


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Cristina Del Gaudio

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