Quise salir
de quien era,
quise huir
de mí;
pensé que siendo otra,
fingiendo serlo,
adoptando actitudes,
diciendo determinadas palabras,
haciendo cosas impensables
hasta el momento,
inaceptables,
incluso;
creí,
soñé,
aluciné
que de ese modo obtendría tu aprobación,
tu admiración, inclusive;
retenerte
era mi objeto,
y no sabía,
-me enteré mucho después-
que nadie que no desea ser, estar, pertenecer
puede retenerse,
forzarse,
¡ni se debería intentarlo!
puse el cuerpo,
puse el alma,
puse mi dignidad,
mis valores
al servicio
de un amor que no era tal.
Nadie que ama, realmente,
exige al otro que no sea él mismo,
nadie que ama pero de verdad
quiere que la persona amada
no piense o modifique su modo de pensar,
de actuar, de comportarse,
¡de ser!
pero entonces,
yo no lo sabía.
Me sentía triste, sola,
aturdida,
sin entender
qué me pasaba.
Buscaba, hurgaba, analizaba
en otros, en ciertos objetos,
distracciones,
vanos sucedáneos
de lo que en verdad
me faltaba
y no sabía dónde hallarlo.
Me había extraviado,
los pájaros habían comido todas las migas,
no quedaban huellas
del camino de regreso.
Tuviste que irte lejos, muy lejos,
para que al fin, lo entendiera.
No era amor el mío,
tampoco, el mío,
era adhesión "incondicional"
o peor: enfermiza,
una obsesión,
un intento loco
de prolongar
lo que ya se había extinguido,
lo que tantos me habían anunciado
y no supe oír.
El retorno fue lento,
desprolijo,
con avances,
con retrocesos;
finalmente,
estoy aquí
siendo la que siempre fuí
o mejor,
más segura,
fortalecida;
así, nada, nadie
me marque el camino,
así, escoja uno u otro recodo,
siempre,
¡siempre!
hallo
el camino de regreso.
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