Te busqué en la calle,
en la calle en que jamás coincidimos;
te busqué,
ávida de no sé qué cosa,
de nada.
Recorrí bares
a los que nunca fuimos
juntos;
te busqué
donde sabía
no iría a hallarte;
sin embargo,
entré en ese sitio,
el café, la porción de torta,
el mozo,
todo era igual.
Podía olerse tu perfume,
percibirse en mis labios tu sabor,
tu voz se hacía eco
en mis oídos,
así, solo yo la escuchara.
¿eran los árboles,
eran las flores, era la brisa,
cada vez más intensa
de la primavera?
la nostalgia estaba ahí,
en la mesa de al lado,
podía verla,
casi casi podía tocarla;
traía, consigo, ese recuerdo
inexistente:
de lo que pudo haber sido,
lo que tal vez, pudo habernos gustado,
de los lugares que pudimos haber frecuentado,
de lo que pudimos haber hecho
pero no.
Allá, a lo lejos:
tu casa, tu gente, tu paisaje;
muy lejos,
tan lejos de mí
como este guión fabulado
que remite a ciertas cuestiones
que poco, nada tienen que ver
con aquello
-menos, con un aquello pretérito-.
En tanto,
sigo andando, soñando,
por los mismos sitios,
de a ratos, sola,
de a ratos, de tu mano,
sonriéndole a tus fabulosos ojos,
jugando con tu pelo,
disfrutando, inseparables,
de una tarde como pocas.
¿Importa, acaso
que no sea real?
¿importa, acaso,
te importa, acaso,
si mi cabeza, mi alma
te ubicaron
en el universo ficcional?
no lo olvides:
esto es un juego,
un juego que nunca acaba.
La imaginación, siempre alerta,
recoge todas, muchas, miles de palabras
que cuentan estas, otras
tramas,
que mi pensar, mi sentir, mi crear
insisten
en armar, desarmar,
volver a armar,
volver a desarmar,
(...).
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