jueves, julio 30, 2020

El referente

Te hice
fuerte, valiente,

te convertí en padre,
en maestro,
en amigo,

¡en referente!

Te atribuí ese amor incondicional
a la vida;

durante años
inventé,
-me surge naturalmente, es lo que hago-
ese personaje.

Hasta pensé
en que te importaba
(pero no en el sentido
en que en realidad te "importo").

Todo por esa obsesión,
al parecer, incurable,
de sentirme, siempre

ignorada,
no querida
por nadie;

necesité

que fueras ese hombre ficticio,
así, con esos atributos

-aunque algo me decía que los exageraba-;

necesité
o te necesité

como un sostén,
un punto de apoyo:

la vida
se había tornado muy difícil,

las incertidumbres
comenzaban a desbordarme;

claro, resultó
que eras, sos
humano.

Y no sos todopoderoso
ni lo sabés todo,

ni podés enseñarme
nada que no esté aprendiendo
o haya aprendido con el tiempo.

Tampoco estarías, estás
dispuesto a contenerme
cuando me siento mal,

cuando me instalo
en ese estado
diría, patético.

En fin,

tengo que despedirme
del súper hombre que creé;

cambiar muchos párrafos
de aquella antigua historia.

Sos lo que sos.

No tenés nada que ver con mis delirantes argumentos,
mis demandas, mis necesidades.

Débil, temeroso,
con dudas

como casi todos;

¡para eso
me tengo a mí!

es momento de darme cuenta,
de crecer,

de no seguir buscando y buscando
-o fabricándome-
ningún tipo de modelo ni mentor.

Insisto, entonces:

para eso, para todo lo demás,
me tengo a mí.

En verdad, para todo

me tengo
a mí.


El pacto ¿consciente?

Por no estar sola,
por no creerme sola

invento amigos,

afectos
de cualquier tipo,

como si fueran parte de una novela, un cuento;

les imprimo
cualidades, acciones,
dichos;

en ocasiones, los elevo
a una altura inalcanzable

para cualquiera;

hay una parte mía
que quizás, desearía ser como ellos

o como lo que yo creo, invento, delineo
sobre esas personas

que en realidad
y por lo general

son totalmente opuestos,
desde ya, no ideales.

Ahí es cuando
me desmorono;

¡porque lo creí, dí por certezas
esas viñetas que yo misma les coloqué,
les coloco!

cual lector o espectador
participo de esa especie de pacto
que se da al ver, al leer una obra

con personajes ¡ficticios!

y en eso convierto
a estos seres
que se cruzan por mi vida
casual o no tan casualmente,

¡en personajes ficticios!

que muevo a mi antojo
o pretendo hacerlo,

que considero deberían
entenderme, pensar de un modo determinado,
actuar de una manera y no de otra,

según lo que yo,
su creadora,
determine.

¡Qué loco!

acabo de entender
lo difícil que es separar un arte,
-en este caso, la escritura-

de la vida misma;

diferenciar a una persona con existencia física,
psíquica, -digamos, verdadera-
con respecto
a algún tipo de maniquí, muñeco,

que mi imaginación, expectativas
¡o ambos!
aun, siendo movidos por mis propios hilos,

¡los invisibiliza!

invariable,

inexplicablemente.

Sin embargo, todavía el sol calienta

Es cierto:
están pasando cosas
horrendas.

Puede olerse, percibirse
la enfermedad, la miseria,
la muerte

en todas partes.

Sin embargo,

todavía el sol
calienta,
poco porque es invierno,

pero calienta, enciende,
infunde ánimo;

embellece aún más
cada árbol, cada reducto vegetal,
cada flor, cada ser vivo

y en ello
deberíamos o tendríamos que intentar
hallar ese refugio,

el que creemos
haber extraviado

y no.

Está allí,

para abrazarlo
con cuerpo y alma,

¡para agradecerle
su existencia,

sus distintas tonalidades,
su exposición pictórica
inmejorable!

es cierto:

muchas personas
viven, soportan situaciones dificultosas
o muy dificultosas

aquí, allá,
en todo el mundo;

pero en nuestro pequeño mundo
es preciso

encontrar ese rincón de aliento,
esas ganas escondidas,
casi temerosas

aprisionadas por el miedo,
la desidia, la falta de fe,

como si nos avergonzara
sentirnos felices

siquiera, por un momento;

no olvidemos

que el universo, Dios,
como prefieran llamarlo

siguen sosteniendo,
abriendo puertas, perspectivas

clamando
por nuestro renacer

y no este mero simulacro.

No es todo muerte y destrucción,

también es amor,
por ese increíble ámbito natural,

por nuestros seres queridos,
por nosotros,

por todos
en el sitio que sea,

en el ámbito que fuera.

No nos olvidemos:

podemos agradecer
estar vivos,

gozar
de tremenda exaltación
de la verdadera belleza,

de las palabras, las voces,
las miradas, como se pueda,

de quienes queremos 
y extrañamos...¡¡ufffff, muchísimo!!

no nos olvidemos:

aún respiramos,
aún podemos ofrecer lo mejor
de nosotros,

aún podemos brindar fuerzas
a quienes decaen,
¡a quienes lo necesitan tanto!

Al mismo tiempo, auto-brindarnos
contención, comprensión,
estímulos;

¡aún somos!

y seguimos aquí

por algo,

¡o por mucho!


lunes, julio 27, 2020

Incertidumbres

Habrá un cielo
¡tan azul
o tan gris
o tan neblinoso!

como sea,

mejor
de lo esperado.

Llegará
la tan ansiada liberación;

el miedo 
deberá partir quien sabe hacia dónde,

nadie irá a despedirlo.

¡Cuánto por decirnos con tantos,
cuánta alegría,

alegría verdadera,
impensable, también pensable!

cuánto amor 
podremos, ¡al fin! expresar
en mil modos,

no solamente
a través de pantallas o llamadas.

Será
como una resurrección.

Parecerá extraño,

incluso, se dará muy lentamente
para algunos;

el proceso de re-adaptación
no será tan sencillo.

Fueron, son 
muchos días de confinamiento,

más allá
de ocasionales salidas imprescindibles.

Ya comienza,
paso a paso,

pero todavía
hay que esperar.

Esperaremos

no llorando,

no lamentándonos,

no discutiendo,
ni quejándonos de todo y por todo,

no temiendo,
ni perpetuando escabrosos pensamientos
autodestructivos.

No.

Esperaremos:

alentando, defendiendo
¡también de nosotros!
esas ideas, imágenes refrescantes

de lo que vendrá,

el abrazo de esas personas a quienes extrañamos,
algún proyecto pendiente,
ese curso, ese plan,

tal vez, un vínculo
que, por alguna razón o ninguna,
quedó postergado

y en momentos de muchísima angustia
imaginamos inalcanzable,

imposible.

No existen los imposibles,

pues el amor, el verde, la vida
están en todas partes,

aun entre cuatro paredes,
aun en una charla que invita a la comprensión,

que calma,
que da fuerzas,

que nos hace sonreír
y también, pese a todo, reírnos sin parar.

Está en esa ventana
más, menos grande

que expone
un afuera natural que permanece,

que no interrumpió, no interrumpe
sus procesos.

Un afuera
que no nos extraña,

tampoco se aferra
a una posible demostración afectiva,
una caricia, una palabra.

No la necesita.

La naturaleza
se basta a sí misma.

Enfrenta tempestades,
vientos huracanados,
temperaturas sofocantes,
nevadas, lluvias que a nosotros
nos parecen interminables.

Y no se queja,
no lamenta el antes ni se cuestiona el después.

Existe.
Es.

Eso la convierte en única,
imposible de reproducir ni meramente
con palabras, pinceladas, melodías.

Será testigo involuntario

de la felicidad
con que sí nosotros renovaremos

nuestro reconocimiento,
nuestro agradecimiento,

amén de nuestro oxígeno.

Un poco más de tiempo
y acabará la incertidumbre
-al menos esta incertidumbre-;

luego veremos,

como siempre,
como antes, como ahora mismo

en qué forma,
con cuánta ansiedad, expectativas
emergeremos de esto,

nos reiniciaremos.

Tal vez, haya algo o mucho de lo cual
desprendernos

en ese reencuentro
con nuestro antiguo equipaje.














domingo, julio 26, 2020

Ellos, nosotros, todos podemos gritar

Gritan
y no saben;

uno con sus manías
clavadas en el cerebro
como tachas

se irrita
por todo
o casi.

Gritan.

Necesitan
sentirse vivos

¿y por qué no?

¿cómo lo hacen, acaso,
los perros, los gatos, los pájaros?

emiten sus respectivos sonidos,
recordándonos su existencia

sabiéndolo
o sin saberlo

necesitan demostrar 
que están,

sea instintivo,
sea por naturaleza,
como sea.

Por otra parte,
los hay 
que no acuden
al grito, los ruidos, los golpes
explícitos;

el ruido
está en las letras,

en las melodías,
los que componen,

en las canciones,

en los pinceles, en los colores
que mágicamente,
en un papel, en un lienzo,

despliegan la traducción de un paisaje,
un rostro, un acontecimiento,

un conjunto de tonalidades
en una combinación planeada o no

que parece no significar nada
y significa
mucho más de lo que nuestra imaginación
puede recrear.

(Admiro sobremanera a los pintores,
lo habrán notado).

Es entonces
que esa voz, ese grito, ese "ruido"
fluye desde una imagen, un escrito,
una composición musical,
una escultura.

Otros

no supieron
no les interesa

no tiene por qué 
interesarles

el arte
en ninguna o en casi ningún aspecto

y está bien.

El grito
se hará audible;

se leerá, claro,
más fácilmente.

Es uno de los tantísimos modos
de expresarse

quizás, motivados por distintas emociones, situaciones:
cansancio, enojo, aburrimiento,
rebelión, desánimo, rabia,

¿quién sabe?

por eso

mi propio grito
que puede o no fluir
de este, de cualquier texto

en ocasiones, sufre en su proceso
por los gritos tangibles,
los que el oído capta,

los que perturban
en ocasiones,
la concentración, la inspiración

pero bueno...

ellos, nosotros, todos,
cada uno a su manera,
podemos gritar

todavía.

Hay muchos,
muchísimos
a quienes 
cualquier tipo de manifestación

del sentir,
del decir,

les es vedada,
criticada, ¡condenada!

con mil palabras
con mil acciones;

algunas,
nada sutiles:

despiadadas,
amenazantes,

criminales.




viernes, julio 24, 2020

Falta. Pero llegará.

Estos días pasarán.

Los recordaremos
con tristeza, a veces,

con dolor, claro

sobre todo, por los tantos
que partieron, partirán.

También recordaremos
que fue una etapa clave,

que nos miramos
por primera vez

no solo al espejo,
sino por dentro;

nos asustamos, claro,
no supimos cómo seguiríamos,
no supimos, durante mucho tiempo,

qué haríamos
con nuestra existencia,

qué pasaría
con nuestros sueños,

¿cambiarían?¿se renovarían?
¿construiríamos nuevos?

¿volveríamos a creer en algo, en alguien?

¿nos sentiríamos queridos?
¿nos importaría sentirnos queridos
o no?

algunas preguntas, dilemas,
fueron, van resolviéndose.

Falta.

Mucha gente
se cruzó, se cruza con nosotros,
así, no sea en persona.

Muchos de los que creímos
que estarían ahí o cerca,

no lo estuvieron,
no están.

Otros, de los que no esperábamos nada,
sí nos acompañaron,

nos acompañamos mutuamente.

Los días se hicieron eternos
o muy breves;

inventamos lo que fuera
para no pensar;

también
nos obsesionamos en pensar.

Tuvimos miedo,
seguimos teniéndolo,

aunque nos hayamos habituado,
aunque lo aceptemos:

esto es lo que nos toca
ahora.

Pasaron otras crisis
distintas, claro que no tan graves.

Pasaron amores, tantos seres queridos
que enfermaron y murieron
años atrás, quizás, muchos años atrás

por otras tantas causas.

Y seguimos.

¿Por qué no darle otra lectura,
nueva, positiva si se quiere
a estos hechos?

Hay un frente de batalla.

Delante, el enemigo
o detrás o quién sabe dónde,

tal vez, en nosotros mismos;

nuestro espíritu tiene tarea,
una ardua tarea por realizar;

si no lo desoímos
nos fortalecerá, nos animará
cada vez que nos tiente el abandono
de la lucha;

un día
todo pasará;

un día, los que quedemos
volveremos a creer en nosotros,
a reír, a planear, a abrazar sin cansarnos,

a decirnos todo eso que ya deberíamos
estar diciéndonos, pero...

un día
seremos libres
de este miedo

y de los otros.

Pero habría que empezar ya mismo:
intentar la transformación del pensamiento,
la estructura de las ideas,

esforzarnos en hallar
un giro, una opción, 
una zanahoria que alcanzar

sembrar
en pos del retorno
de aquel ímpetu.

Y llegará el momento de la cosecha.

Falta.

Pero llegará.



miércoles, julio 22, 2020

Las rosas desfallecientes (cuento)

Se acostó
como todas las noches

casi casi
a la misma hora.

No sabía el por qué
de tan repentina rigurosidad

en cuanto a horarios,
actividades, hábitos,

en cada aspecto
de su vida.

¿Su vida?

sin saberlo
o sabiéndolo,

ya se sentía muerta.

Lo escribió,
lo leyó, lo comentó;

nadie pensó que haría lo que hizo,
nadie, siquiera, lo vislumbró.

Siempre positiva,
siempre animando a los demás,
incluso, a los que apenas conocía;

sin embargo...

Acostada,

en la misma posición
de todas las noches.

Noches que se habían reconvertido
en pesadillas, oscuridad, 
miedos inmanejables.

Parecía dormida.

Un papel doblado
en su mesa de luz:

"perdón,
no puedo seguir."

Él tomó esa carta,
no entendía,

¡no entendía!

¡ella estaba durmiendo!

hasta que vio la caja
de las pastillas

vacía.

su rostro, demasiado pálido,
evidenció 
la tragedia

cuando él, su amor,
intentó acariciarlo.

¡esa gelidez espeluznante!

¡retiró las manos
de inmediato!

ella, a la que tanto había adorado,
-aún estaban en el mismo jarrón las rosas blancas,
sus preferidas,
las que él mismo le había obsequiado el día anterior-.

Se había marchitado
lo que había dado sentido a su propia vida;

¿acaso, importaban las rosas,
importaba el inicio
de su paulatino deterioro?

Tomó una, 
la colocó entre esas manos heladas,
las entrelazó.

No pudo seguir viendo
ese espectáculo siniestro:

una existencia
que ya no era existencia,

¡cuando lo fue
y con cuánta intensidad!

no supo qué responder
a las miles de preguntas
que su cabeza le disparaba.

El corazón
le ardía de tanto dolor;

apenas,
podía respirar.

Se cerró 
la puerta
detrás de aquel hombre

absolutamente derrumbado.

..........................................................................................

Segundos más tarde,

las rosas blancas
se inclinaron,
desfallecientes,

hacia lo que quedaba
de su antigua poseedora.



martes, julio 21, 2020

Los que saben de esos amores

No sirvieron
la distancia,
los años de impasse,

los riesgos,
el pánico, la incertidumbre

que alcanzan a ambos.

Todo lo que nos unía
parece haberse esfumado;

todo cuanto quizás, pudo habernos unido
en un contexto diverso,

no lo hizo.

No hubo más preguntas,
ni respuestas,

ni discusiones,
ni acuerdos,

ni un compartir
situaciones tan similares
o no tanto pero...

Ni un solo dato,
nada sobre vos, sobre tu vida,

sobre tu estado de ánimo,
tu salud, tu trabajo, 

nada.

Ni una sola palabra más,
ni un llamado, mensaje,

absolutamente nada.

Como si te hubieras extinguido.

¿Sería posible que ocurriera algo parecido
dentro de mí?

para continuar,
para extrañarte menos
o mucho menos todavía,

para dejar de extrañarte.

¿Cómo conseguirlo?
cuando la sangre, el corazón
laten desaforadamente

y en mayor grado,
al no acceder al reencuentro
de ningún modo;

habiéndolo intentado todo o casi todo,
-díganme, si no, los que saben de estas cosas,
de los amores que parecen castillos inexpugnables
mas de pronto se tornan arena, polvo,
inexistencia-.

Y nadie vuelve a saber de ellos,
en ocasiones, ni sus protagonistas.

En mi caso,
no consigo, no conseguiría
apartar de mis sentidos

el sabor tan particular de tu boca,
incomparable,
exquisito,

con ese decir algo apresurado,
a veces, dulce, pasional,

mágico;

otras, duro, certero
cual espada filosa
con el poder de penetrar en mis zonas más sensibles,

en esa creencia ingenua, tonta
de que existen amores que hacen historia,

que nada, nadie pudo, puede ni podría doblegarlos,
menos, destruirlos;

pero bueno,

no hay palabras,
no hay llamadas,
no hay imágenes,

¡esa mirada!
imposible, más que imposible 
olvidarla.

Y aunque siga esperándote,
muy poco o nada espero;

al menos, la leve certeza
de que te movilizo de algún modo,

al rozar tus pensamientos, añoranzas
en ciertos instantes.

Es probable que si esto ocurriera,
lo esconderías tan secretamente

¡tanto pero tanto!

que ni vos mismo
intentarías, ni querrías
hallarlo.

Por mi parte,
como escribí antes,

sigo esperándote.

Así, muy poco o nada espere.


jueves, julio 16, 2020

Avidez por todo, por nada

¡Como si ya no hubiera habido
suficiente y más que suficiente
distancia!

comparaciones, competencias,
rivalidades, resentimientos,
deslealtades, fingimientos,
mentiras, manipulaciones,
racismo, discriminación,
violencia;

¡como si ya no hubieran temido
muchos, tantos
exhibir sus sentimientos,
demostrarlos, darse por enteros,

¡amar!

amar sin condiciones,
ni medidas, ni cálculos,
ni especulaciones,
ni prejuicios!

Ahora

la distancia
es necesaria

e impuesta.

El otro
podría ser el que porte la enfermedad,

el otro,
hoy más que nunca,

el enemigo.

¿Pero qué pasa
con la gente que queremos, 
que queremos de verdad,

aquellos a quienes morimos
por abrazarlos, tomarlos de las manos,
besarlos,

hacerlos sentir
parte nuestra,
de nuestra alma, de nuestro corazón,
de nuestra vida?

¿hasta cuándo
ese momento horrible
de rechazar el más mínimo acercamiento,

de tener que recordarlo, pedirlo, en ocasiones
en pos de

protegernos?

nunca nos sentimos más desprotegidos,
más solos, más confundidos;

no podemos explicar, siquiera,
esta combinación de sensaciones
que se deslizan, abruptamente, cual cataratas
inundándonos de preguntas sin respuestas,

de incertidumbre, temores,
desconfianza, ansiedad, tristeza,

avidez por todo, 
por nada.

No saber
hasta cuándo,

no saber
si lo resistiremos,

cómo será ese después,
cuando llegue
-si llega-;

se teme salir,
se teme quedarse en casa.

¿Cuál sería la opción?

¿cuál, la manera,
dónde, la fuerza espiritual
para poder seguir resistiendo?

la misma ventana
parece mostrar lo mismo;

sin embargo,

el peligro aumenta,
afuera, adentro,
en ellos, en aquellos,

en nosotros mismos.

¿Cómo retomar
el antiguo equilibrio,
la idea quizás, ilusoria,
de cierta estabilidad,

cuando se podía
caminar, compartir,
tocar, ¡respirar!

en paz.

Gracias a ese alguien
que desde quien sabe dónde

nos brindó
ese libre albedrío:

las risas, los aplausos,
las expresiones sentimentales,
los días de fiesta,

los días,

todos;

los recorridos
sin destinos prefijados,

los encuentros,
las instancias compartidas,

durante tanto tiempo

o el tiempo que a cada uno
le haya tocado.





miércoles, julio 15, 2020

Insondable interior

Te dicen
que nada volverá a ser

como antes.

Si no lo pensamos bien
nos pone tristes;

la melancolía
convierte en lágrimas

cuanto recordamos,
cuanto creemos que desearíamos recuperar,

cuanto imaginamos
que nos dolería perder

quizás, por siempre.

Si lo pensamos bien

habrá mucho
a lo que no valdrá la pena regresar.

¿Nos parece, acaso,
tan penoso, tan terrible

no retornar
a ese egoísmo,

a ese sentirse
el centro,

sentirse superior
por haber tenido acceso,
por mérito, por suerte

a un título,
a un bien determinado?

¿cuánto de provechoso
resultó ese "bien"?

¿cuánto miedo a perderlo
nos deparó, nos depara?

tanto
que nos angustia
este presente

y no es el virus
la cuestión.

Deberíamos introducirnos
de lleno,

como en una pileta
repleta de agua

en nuestro, a veces, insondable
interior

así, descubriríamos 
cuán equivocados estuvimos, estamos
en tantas cuestiones.

Descubriríamos 
que no nos cuidamos lo suficiente,

que nos entregamos 
a sentimientos inconsistentes,

a los que llamamos amores, amistades
sin saber, sin pretender saber

si, en verdad
lo eran;

nos daríamos cuenta
de que consideramos amigos
a muchos que apenas, alcanzaban el rol de meros conocidos,
contactos,

tan ocasionales
como las personas
con quien nos cruzamos 
en las calles.

Apenas, unas palabras,
apenas, algún hecho

y esa idealización
quedaba al descubierto,
quedó al descubierto.

Y eso no sucede o no debería suceder
con los amores verdaderos,
con las amistades auténticas.

Extrañamos, de pronto,
aquellos lugares
que solo nos colmaban de placeres efímeros

sin entender,
sin tomar conciencia

de que la felicidad
estaba en esos pequeños
acontecimientos cotidianos,

descuidados por largo tiempo,

demasiado.

Por ello,
no se si sería tan bueno
volver a lo mismo,

al menos, en este sentido.

Revalorizar lo que tenemos,
los amores que sí son amores,
los amigos que sí son amigos.

Darnos cuenta
de cuánto menos necesitamos
para vivir, para obtener,
para consumir.

Ver

que reemplazamos agujeros
que dejamos pasar de largo,

profundos,
muy profundos

con objetos, pseudo-pasiones,
en algunos casos, planes de viajes costosísimos

que luego resultaron

impagables.

Hoy estamos con nosotros
más que nunca.

Y no resultó fácil.

Luego de un tiempo
nos fuimos habituando.

Ahora

la ansiedad nos domina
entonces, volvemos a enredarnos en promesas
de lo mismo que en estos meses
creímos haber superado;

el ser humano
cae una y otra vez

en las trampas
que él mismo se coloca.

Este tiempo
que queda

en soledad,
-algunos, en compañía-

sería bueno
resolver estos dilemas;

descubrir ¡al fin!
por qué cuesta tanto despegarnos

de lo que finalmente
nos perjudica, nos limita,
nos impide probar con algo distinto,

re-crearnos,
re-armarnos.

Ser lo que siempre fuimos

pero mejores

y más felices.


viernes, julio 10, 2020

Nada de nada

No sé
si podré volver a apreciar

todo aquello:

todo ese verde,
amarillo,
rojizo, multicolor

o lo que quede.

No sé si seguirá
siendo invierno,
entonces.

Por ahora, todas las estaciones
se ven iguales,

ni la naturaleza
da indicios de cambios.

No sé

si brotarán esas lágrimas,
si volverán a inclinarse, humildes,
ante tanta belleza;

no sé si algo
se moverá dentro mío.

No lo sé.

No hallo sentimientos,
no hallo promesas,

no me hallo.

Mi corazón,
solo un músculo

vacío.

Como una autómata

cumplo
apenas, sin ganas ni motivación
-ni fuerzas, casi-

con rituales,
actos triviales, tediosos, trillados.

¡Ni mis palabras
portan algo nuevo!

se alejó de mí
el ser creativo, 

si es que lo tuve,

ya no estoy tan segura.

Apenas, puedo esbozar
esto que no llega a delinear

la nada
en que solo me sostengo.

¿Es miedo, es angustia,
es tristeza, es enojo, es rabia,
es desesperación,
es vacío?

nada

de nada.

No sé quién soy,
qué voy a hacer 
si esto acaba.

Solo puedo prever
el segundo siguiente.

Me sofoca.

Quizás, todavía anide
en quién sabe qué neurona

cierta posibilidad
de insistencia,

cierto intento, débil,
de huida.

Uno detrás de otro
van esfumándose

los recuerdos
de un tiempo que de tan feliz

ni lo notaba.


jueves, julio 02, 2020

Sin escape onírico

Uno siente
como si le hubieran rasgado
su atuendo

y una hoja filosa
lo hubiera penetrado;

entonces

un rumor
proveniente de un vacío

indicaría
la tan temida nada

que es peor,
mucho peor
que la muerte misma.

Uno siente ese dolor,
esa ansiedad, esa angustia;

no importa en qué medida
lo alcancen
las carencias,

a tantos, 
todas las carencias

de salud, alimentos,
de contención,

de amor.

Uno percibe, huele, toca,

se inmola
porque de otro modo no se puede
vivir,

ni siquiera, sobrevivir

en medio de los escombros
de un mundo que no para de derrumbarse.

Uno se inmola
mentalmente.

Se convence de que ya no es,
de que ya no podrá ser

nunca más

nunca más

el que reía
por y de cualquier cosa,

el que aspiraba el perfume de esas flores
en primavera,

el que se detenía
en medio de donde sea,
 
a mirar la luna

y abrazaba
a los árboles;

el que soñaba
detrás de su ventana
con paisajes, universos
desconocidos,

increíbles;

el que se apropiaba
de sus sueños

en los que todo era posible
y más;

uno siente
a veces

que no vale la pena,
que no sirve, que no alcanza

con la esperanza,
con las fuerzas,

con la fe.

Que no hay un dios
que colme esa necesidad insatisfecha

de amparo, de certezas,
de la más pequeña ilusión
de poder lograr

lo que fuera,

un montón de abrazos, besos
de quienes ama.

Queda respirar,
contener las lágrimas

¡hay muchos
a quienes levantar del suelo!

no es solo techo, comida,
calor,

pero los hay y en demasía
quienes no poseen
ni lo imprescindible.

Y no ven cercana
la posibilidad de obtenerlo,

para no enfermarse,
para alimentar a sus hijos,
para subsistir.

Ellos ya descartaron
aquel escape onírico

desde hace tiempo,
-quizás, jamás lo conocieron-.

Nosotros

podemos soñar,
¡podemos, todavía podemos!

decir lo que nos explota,
lo que nos arroja, siquiera por un rato
al pozo más profundo;

¡podemos gritar!
¡podemos pensar en que algo, en que de a poco,
como sea, cambiará!

tenemos el arte,
tenemos las fuerzas,
tenemos tantas cosas
que ni siquiera advertimos:

tenemos salud, educación,
hogar, amigos;

podemos, sigamos insistiendo,
¡arriba esos brazos caídos!

no flaqueemos, somos necesarios,
somos humanos;

las risas volverán,

las flores seguirán estando,
también, los árboles,

¡no hay sueños imposibles,
nosotros lo sabemos, lo supimos siempre!

no nos olvidemos de ellos

que son muchos,
muchísimos,

los que hay que ayudar
a levantar del suelo.


Cristina Del Gaudio

Seguidores