como todas las noches
casi casi
a la misma hora.
No sabía el por qué
de tan repentina rigurosidad
en cuanto a horarios,
actividades, hábitos,
en cada aspecto
de su vida.
¿Su vida?
sin saberlo
o sabiéndolo,
ya se sentía muerta.
Lo escribió,
lo leyó, lo comentó;
nadie pensó que haría lo que hizo,
nadie, siquiera, lo vislumbró.
Siempre positiva,
siempre animando a los demás,
incluso, a los que apenas conocía;
sin embargo...
Acostada,
en la misma posición
de todas las noches.
Noches que se habían reconvertido
en pesadillas, oscuridad,
miedos inmanejables.
Parecía dormida.
Un papel doblado
en su mesa de luz:
"perdón,
no puedo seguir."
Él tomó esa carta,
no entendía,
¡no entendía!
¡ella estaba durmiendo!
hasta que vio la caja
de las pastillas
vacía.
su rostro, demasiado pálido,
evidenció
la tragedia
cuando él, su amor,
intentó acariciarlo.
¡esa gelidez espeluznante!
¡retiró las manos
de inmediato!
ella, a la que tanto había adorado,
-aún estaban en el mismo jarrón las rosas blancas,
sus preferidas,
las que él mismo le había obsequiado el día anterior-.
Se había marchitado
lo que había dado sentido a su propia vida;
¿acaso, importaban las rosas,
importaba el inicio
de su paulatino deterioro?
Tomó una,
la colocó entre esas manos heladas,
las entrelazó.
No pudo seguir viendo
ese espectáculo siniestro:
una existencia
que ya no era existencia,
¡cuando lo fue
y con cuánta intensidad!
no supo qué responder
a las miles de preguntas
que su cabeza le disparaba.
El corazón
le ardía de tanto dolor;
apenas,
podía respirar.
Se cerró
la puerta
detrás de aquel hombre
absolutamente derrumbado.
..........................................................................................
Segundos más tarde,
las rosas blancas
se inclinaron,
desfallecientes,
hacia lo que quedaba
de su antigua poseedora.
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