fuerte, valiente,
te convertí en padre,
en maestro,
en amigo,
¡en referente!
Te atribuí ese amor incondicional
a la vida;
durante años
inventé,
-me surge naturalmente, es lo que hago-
ese personaje.
Hasta pensé
en que te importaba
(pero no en el sentido
en que en realidad te "importo").
Todo por esa obsesión,
al parecer, incurable,
de sentirme, siempre
ignorada,
no querida
por nadie;
necesité
que fueras ese hombre ficticio,
así, con esos atributos
-aunque algo me decía que los exageraba-;
necesité
o te necesité
como un sostén,
un punto de apoyo:
la vida
se había tornado muy difícil,
las incertidumbres
comenzaban a desbordarme;
claro, resultó
que eras, sos
humano.
Y no sos todopoderoso
ni lo sabés todo,
ni podés enseñarme
nada que no esté aprendiendo
o haya aprendido con el tiempo.
Tampoco estarías, estás
dispuesto a contenerme
cuando me siento mal,
cuando me instalo
en ese estado
diría, patético.
En fin,
tengo que despedirme
del súper hombre que creé;
cambiar muchos párrafos
de aquella antigua historia.
Sos lo que sos.
No tenés nada que ver con mis delirantes argumentos,
mis demandas, mis necesidades.
Débil, temeroso,
con dudas
como casi todos;
¡para eso
me tengo a mí!
es momento de darme cuenta,
de crecer,
de no seguir buscando y buscando
-o fabricándome-
ningún tipo de modelo ni mentor.
Insisto, entonces:
para eso, para todo lo demás,
me tengo a mí.
En verdad, para todo
me tengo
a mí.
cuando me siento mal,
cuando me instalo
en ese estado
diría, patético.
En fin,
tengo que despedirme
del súper hombre que creé;
cambiar muchos párrafos
de aquella antigua historia.
Sos lo que sos.
No tenés nada que ver con mis delirantes argumentos,
mis demandas, mis necesidades.
Débil, temeroso,
con dudas
como casi todos;
¡para eso
me tengo a mí!
es momento de darme cuenta,
de crecer,
de no seguir buscando y buscando
-o fabricándome-
ningún tipo de modelo ni mentor.
Insisto, entonces:
para eso, para todo lo demás,
me tengo a mí.
En verdad, para todo
me tengo
a mí.
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