Por no estar sola,
por no creerme sola
invento amigos,
afectos
de cualquier tipo,
como si fueran parte de una novela, un cuento;
les imprimo
cualidades, acciones,
dichos;
en ocasiones, los elevo
a una altura inalcanzable
para cualquiera;
hay una parte mía
que quizás, desearía ser como ellos
o como lo que yo creo, invento, delineo
sobre esas personas
que en realidad
y por lo general
son totalmente opuestos,
desde ya, no ideales.
Ahí es cuando
me desmorono;
¡porque lo creí, dí por certezas
esas viñetas que yo misma les coloqué,
les coloco!
cual lector o espectador
participo de esa especie de pacto
que se da al ver, al leer una obra
con personajes ¡ficticios!
y en eso convierto
a estos seres
que se cruzan por mi vida
casual o no tan casualmente,
¡en personajes ficticios!
que muevo a mi antojo
o pretendo hacerlo,
que considero deberían
entenderme, pensar de un modo determinado,
actuar de una manera y no de otra,
según lo que yo,
su creadora,
determine.
¡Qué loco!
acabo de entender
lo difícil que es separar un arte,
-en este caso, la escritura-
de la vida misma;
diferenciar a una persona con existencia física,
psíquica, -digamos, verdadera-
con respecto
a algún tipo de maniquí, muñeco,
que mi imaginación, expectativas
¡o ambos!
aun, siendo movidos por mis propios hilos,
¡los invisibiliza!
invariable,
inexplicablemente.
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