suficiente y más que suficiente
distancia!
comparaciones, competencias,
rivalidades, resentimientos,
deslealtades, fingimientos,
mentiras, manipulaciones,
racismo, discriminación,
violencia;
¡como si ya no hubieran temido
muchos, tantos
exhibir sus sentimientos,
demostrarlos, darse por enteros,
¡amar!
amar sin condiciones,
ni medidas, ni cálculos,
ni especulaciones,
ni prejuicios!
Ahora
la distancia
es necesaria
e impuesta.
El otro
podría ser el que porte la enfermedad,
el otro,
hoy más que nunca,
el enemigo.
¿Pero qué pasa
con la gente que queremos,
que queremos de verdad,
aquellos a quienes morimos
por abrazarlos, tomarlos de las manos,
besarlos,
hacerlos sentir
parte nuestra,
de nuestra alma, de nuestro corazón,
de nuestra vida?
¿hasta cuándo
ese momento horrible
de rechazar el más mínimo acercamiento,
de tener que recordarlo, pedirlo, en ocasiones
en pos de
protegernos?
nunca nos sentimos más desprotegidos,
más solos, más confundidos;
no podemos explicar, siquiera,
esta combinación de sensaciones
que se deslizan, abruptamente, cual cataratas
inundándonos de preguntas sin respuestas,
de incertidumbre, temores,
desconfianza, ansiedad, tristeza,
avidez por todo,
por nada.
No saber
hasta cuándo,
no saber
si lo resistiremos,
cómo será ese después,
cuando llegue
-si llega-;
se teme salir,
se teme quedarse en casa.
¿Cuál sería la opción?
¿cuál, la manera,
dónde, la fuerza espiritual
para poder seguir resistiendo?
la misma ventana
parece mostrar lo mismo;
sin embargo,
el peligro aumenta,
afuera, adentro,
en ellos, en aquellos,
en nosotros mismos.
¿Cómo retomar
el antiguo equilibrio,
la idea quizás, ilusoria,
de cierta estabilidad,
cuando se podía
caminar, compartir,
tocar, ¡respirar!
en paz.
Gracias a ese alguien
que desde quien sabe dónde
nos brindó
ese libre albedrío:
las risas, los aplausos,
las expresiones sentimentales,
los días de fiesta,
los días,
todos;
los recorridos
sin destinos prefijados,
los encuentros,
las instancias compartidas,
durante tanto tiempo
o el tiempo que a cada uno
le haya tocado.
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