Cuando uno ingresa
o está a punto de ingresar
al "área desesperación"
sugiero
invocar
a esos instantes
que, a pesar de pertenecer
a una fracción temporal
lejana o muy lejana,
reinician
el buen ánimo,
devuelven
la sonrisa,
las pequeñas felicidades,
al haber habitado
o quizás, seguir habitando,
esos rincones
que solo nosotros o pocos
conocen;
así, sea por lo que hayamos contado o contemos
que se limita, apenas, a un resumen:
aquel beso, aquel abrazo, aquella despedida,
aquella última vez
pero no de las últimas veces
que nos generan angustia,
de las últimas veces
que si bien, no hubo, en efecto,
siguientes,
por pérdidas, por acuerdos en común,
por lo que fuera,
nos reenvían
a todo lo anterior a ellas.
Por consiguiente, las aceptábamos,
las aceptamos
en nombre de todo lo vivido
para no caer tan fácilmente
en esa "área" un tanto o muy
insalvable;
son cuestiones tan ínfimas
como frases graciosas,
alusiones, comentarios,
hábitos, compañías en momentos críticos,
palabras que aún circulan por nuestra cabeza
y nos proponen
su recuerdo, incluso, a modo de ejemplo,
supongamos.
Se acude y se aceptan
por el mero hecho
de que no pueden cambiarse;
eso las convierte
en diría, "inmortales":
son hechos, sentencias,
dichos, expresiones, actos,
gestos
-sobre todo los dignos de no olvidar-
cuyo oportuno o inexorable regreso
no pudimos ni podemos detener -o no queremos hacerlo-
cuando necesitamos
hallar un sentido, cierta claridad,
¡un referente!
vinculado a lo que somos, hacemos,
pensamos,
padecemos, soñamos,
gozamos,
concluimos,
hoy.
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