Desde mi espacio
siento que floto
que sobrevuelo
todos esos arbustos,
las diminutas, grandiosas
flores amarillas
que crecen
por esas cosas de la naturaleza
en los más impensados
rincones;
sobrevuelo
la rutina,
el agobio
de los problemas,
sobrevuelo
y me burlo de los miedos,
sobrevuelo
el pasado,
por acá, al menos,
no quedan rastros;
solo yo,
mi pequeño, perfumado, pino
y el nunca igual
paisaje de la tarde;
este es, claro,
mi lugar favorito,
¡de pronto, siento
como si abrazara el universo!,
estoy más próxima al sol,
a la luna, a las estrellas,
las nubes
ahora, oscuras
parecen
estar a punto de caer sobre mí;
¡es tan impresionante
cómo se ve todo desde aquí arriba!
me pregunto
¿qué pasaría
si todo esto acabara?
y no puedo evitar
esa sensación amarga.
Me encanta ver así
a las personas,
tan chiquitas
en su grandeza:
las observo
ir, venir,
pasear, disfrutar de su sábado,
libres,
a su antojo,
solas, acompañadas;
hablan, ríen,
gritan un gol,
comparten un asado,
una reunión,
un mate,
un té,
es la vida
en escala reducida,
-una especie de maqueta
de la vida-,
que basta para aprender
o re-aprender
a valorar lo que se tiene,
lo mucho que se tiene
y no se advierte,
¡tantas veces pasé de largo
sin detenerme a observar este paisaje!
y llega la noche,
las luces comienzan a encenderse,
una, otra, otra más
la gente en sus hogares,
la gente quizás, también, en su rincón favorito,
conversando con su pareja,
hijos, amigos,
escuchando música,
cada uno con sus sueños;
y más tarde,
antes de que el cansancio
selle el final del día
algunos,
quizás, varios,
es probable que rueguen,
-al igual que yo-,
por la paz,
en silencio,
al unísono.
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