Déjenme
depositar en este sitio
algunas, muchas
lágrimas;
no bastan
las calles, bares, rincones
de mi ciudad,
de la ciudad que creí mía para siempre,
ni de la que recuerdo, apenas,
detalles
aunque ya no signifiquen
nada;
déjenme
introducir entre-líneas
una pena añeja, repetida,
un quejido que roza lo nauseabundo,
una exposición, en verdad, patética
de autocompasión
que espero
acabe
si logro
que ustedes
y yo
entiendan, entendamos
que necesito dejar
esto por aquí:
lágrimas de todo tipo,
lágrimas de rabia,
lágrimas de pérdida,
lágrimas de desamor,
lágrimas de palabras
¡tantas!
que no pudieron decirse,
que no se dijeron
-ya sé, no hay vuelta atrás-;
lágrimas de una venganza
planeada
lágrimas
de una venganza
concretada;
también, de soledad,
de miedo,
de no saber ahora mismo,
-quizás, en un rato lo resuelva-
dónde estoy parada
o sentada, bueno...
llorar no es de cobardes,
es desahogo, es limpieza interior,
es grito mojado;
heridas
que no pudieron
devolverse,
que regresan,
insisten;
la rúbrica a un corazón cansado,
el eco
de una habitación vacía.
Lágrimas
que cual la lluvia,
aportarán, luego,
la brisa que renueva;
quizás, podrían volverse sonrisas.
Todo puede darse
según la cabeza
decida:
clausurar o liberar
tamaño padecimiento;
por ahora, permítanme
y me permito
derramar este torrente oceánico,
un tsunami de emociones,
de deseos postergados,
insaciables,
imposibles,
con olor, sabor
a sal.
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