viernes, octubre 25, 2019

El grito mojado

Déjenme

depositar en este sitio
algunas, muchas
lágrimas;

no bastan
las calles, bares, rincones
de mi ciudad,
de la ciudad que creí mía para siempre,

ni de la que recuerdo, apenas,
detalles

aunque ya no signifiquen
nada;

déjenme
introducir entre-líneas

una pena añeja, repetida,
un quejido que roza lo nauseabundo,

una exposición, en verdad, patética
de autocompasión

que espero
acabe

si logro
que ustedes
y yo
entiendan, entendamos

que necesito dejar
esto por aquí:

lágrimas de todo tipo,

lágrimas de rabia,
lágrimas de pérdida,
lágrimas de desamor,

lágrimas de palabras
¡tantas!
que no pudieron decirse,

que no se dijeron

-ya sé, no hay vuelta atrás-;

lágrimas de una venganza
planeada

lágrimas
de una venganza
concretada;

también, de soledad,
de miedo,
de no saber ahora mismo,
-quizás, en un rato lo resuelva-

dónde estoy parada
o sentada, bueno...

llorar no es de cobardes,
es desahogo, es limpieza interior,
es grito mojado;

heridas
que no pudieron
devolverse,

que regresan,
insisten;

la rúbrica a un corazón cansado,

el eco
de una habitación vacía.

Lágrimas
que cual la lluvia,
aportarán, luego,
la brisa que renueva;

quizás, podrían volverse sonrisas.

Todo puede darse

según la cabeza
decida:

clausurar o liberar
tamaño padecimiento;

por ahora, permítanme
y me permito

derramar este torrente oceánico,

un tsunami de emociones,
de deseos postergados,

insaciables,
imposibles,

con olor, sabor

a sal.

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Cristina Del Gaudio

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