Los abuelos
de tantos,
los padres
de tantos,
los hermanos,
los amigos
de tantos.
Se los llevaron.
Eras blancas
con letras verdes
esas camionetas.
Los abuelos, padres,
hermanos, amigos, contactos
de muchos,
pelean
por sus vidas.
No está fácil
ver lo positivo
en esta tragedia;
no
en este,
ni en otros casos
tan pero tan
injustos,
inhumanos.
Una vez,
la abuela de dos,
mi abuela,
madre de uno,
mi papá,
hermana
de una,
-los otros dos se le habían adelantado-,
fue conducida
a lo que sería su último
"hogar".
Ella estaba muy mal,
no fue cosa
de deshacernos;
nunca estorbó,
¡todo lo contrario!
estaba muy feliz de vivir con ella,
en casa,
hasta que sucedió.
Una de las enfermedades
más tremendas,
irreversible.
De pronto, ella no reconocía
a nadie,
inventaba historias,
gritaba, se enojaba, insultaba,
ella
que siempre fue una señora
tan señora,
elegante, seria, respetable, discreta,
ella,
mi linda abuela,
solo me reconocía a mí;
durmió durante un tiempo
en mi cuarto;
yo no descansaba tranquila,
a veces, se levantaba
o se aparecía de pronto frente a mi cama.
Por las mañanas,
la besaba con todo mi amor
en la frente:
"-"¿vas al trabajo?"
"sí, abuela".
Siempre me preguntaba,
siempre,
nunca olvidaba
ni quién era,
ni de qué trabajaba,
ni en dónde.
¡Me iba tan apenada!
¡no podrían imaginarlo!
sabía
que no sería fácil,
sobre todo para mi madre,
tenía que quedarse con ella
todo el tiempo
y no podía más,
era demasiado trabajo,
muchísimos nervios,
siempre cuidando
que no hiciera "líos",
¡como los chicos!
así fue,
empeoraba y empeoraba.
Llegó a convertirse en un peligro
para ella,
para toda la familia.
Ella, mi súper abuela.
Por eso,
fuimos todos,
con gran pesar,
a ese sitio.
En apariencia,
todo estaba en orden,
pulcro,
nadie se quejaba,
el personal de salud,
encantador.
Pero no era tan así,
cada vez la veíamos peor,
más débil, demacrada,
le llevábamos obsequios
que nos dábamos cuenta
de que no se los entregaban;
Un día
fuimos con mi padre.
La ví tan delgada,
tan consumida,
con su camisón blanco;
me puse a llorar
y no podía parar.
La enfermera me retó,
¡se trataba de mi abuela!
"¡Cristina!"
apenas, me vio.
Y luego,
cerró los ojos,
le habían dado una de esas pastillas,
-hoy no sé qué pensar-.
Pasaron dos, tres días,
quizás, más
y una mañana
sonó el timbre del teléfono.
"Murió la abuela"
le dije a mi mamá.
Nos abrazamos.
Y así se fue
mi compañera,
la que siempre preguntaba
y se preocupaba por mí,
que estuviera bien alimentada,
abrigada,
que no me faltara ropa;
la que me enseñó todo
y más,
hasta a higienizarme.
Solo tengo un prendedor
muy bonito,
alguna foto vieja, descolorida,
en blanco y negro
o algo así.
No importa.
Vivirá
siempre,
¡siempre, siempre!
en mi corazón.
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