¡Tantos brazos!
amarillos, dorados,
verde-amarillentos,
aun verdes, rojizos,
se extienden
hacia nuestro no ver
lo importante
y seguimos
sin verlo;
pensamos,
tristes, enojados, preocupados
en lo que quedará de antes,
en lo que podremos o no hacer,
en lo que compraríamos,
en las reuniones, las fiestas,
los paseos,
todo lo que en aquel antes
quizás, no valorábamos;
los tantos brazos
nunca, nunca se cansan;
resisten
la humedad, el calor,
los vientos más poderosos,
la lluvia, el frío,
la nieve,
todo lo resisten
y no los vemos.
¿Para qué salir?
-repetimos y repetimos-
no hay nada afuera,
nada nuevo
por descubrir.
¿Qué sería, qué es
para nosotros "lo nuevo"?
Ellos
-ténganlo por seguro-,
siempre tendrán algo nuevo
para ofrecernos,
colores, belleza,
oxígeno;
ellos,
también el sol, el cielo, las nubes,
los pájaros,
los lagos, los ríos, el mar,
las montañas
siempre tienen
ese encanto
que si así lo permitimos,
motiva a nuestro espíritu;
ellos integran la mejor fotografía
de la vida,
-sin necesidad de filtros-;
¡ellos están vivos,
ellos son la vida!
pero seguimos
con la retahíla:
¿para qué
por un rato?
¿por qué exponerse
si es solo un momento?
¡apenas, algunos
los miran, indolentes,
a través de las ventanas!
no se trata
de espacios pequeños ni más grandes
ni siquiera, inmensos;
esté donde esté,
cualquiera sea su lugar,
aquel que quiera ver
verá.
Aquel que quiera entender
de qué se trata esto
entenderá.
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