Lo dejó ir
porque tuvo miedo
al final de un principio tan lindo;
ella supo o supuso
que ese final iba a ser inevitable;
que los tiempos de ambos
y tantas cuestiones
no coincidirían;
quizás, no quiso sufrir, (?)
no quiso llegar,
como le ocurrió en otra ocasión,
a ese punto irretornable,
devastador;
a ella le gustaba
mucho;
hacía tiempo
que no sonreía
y con su presencia,
así fuera a través de una pantalla,
con alguna, varias
muestras de interés,
tal vez, de afecto,
engañosas
o no,
ella había sentido
que volvía a ser la de antes,
la de siempre,
la que no padecía
por cuestiones cotidianas,
triviales;
¡la que amaba
la vida!
la que dormía plácidamente,
pese a todo, a todos;
ella gozó
de esos pequeños instantes;
probablemente,
hasta se ilusionó
¡qué loco!
los universos de ambos
parecían similares
pero no.
Ella
no quiso esperar, desear que...
en fin,
proyectar
sobre lo improyectable;
por no penar,
por no llorar,
cortó todo vínculo.
Entonces,
¿por qué ese nudo,
esa desazón
que no puede explicarse
o sí puede?
ojalá
todo hubiera sido diferente,
se dice;
en otra etapa de su vida,
en otras circunstancias,
probablemente,
algo de tanto
pudo haberse dado.
Pero no
en ese caso.
Así lo consideró ella,
quien no entendió
que todo es efímero
y que aquel posible
acercamiento, lo que fuera,
pudo haber sido
único, irreemplazable,
durara lo que durara.
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