jueves, junio 01, 2023

Latidos que no asustan

 La ternura

 no se ha ido;


escurridiza,

se introduce por las ventanas,


el viento la transporta,

las flores la perfuman,


los árboles

la refrescan, la incentivan;


la ternura


trepa

muros gigantescos,

imposibles;


¡no hay nada

 que pueda con ella!


si se empecina

en regresar,


en devolver aquello

que se creyó perdido,


que se olvidó

en un cajón -oculto pero no tanto-

de nuestra historia;


la ternura,

en la pequeña mano de ese niño, 

saludando, sonriendo a quien sea


aún, sin conocerlo;


la ternura

en la mirada de ese animalito:


¡ternura que desarma!


la actitud, 

el abrazo, el "vos podés"


inesperado;


el retorno

del brillo en la expresión,

empático, encandilador,


¡y de esos latidos

que no asustan!


¡latidos de emoción,

de ganas, de ansias recuperadas!


¡qué bella palabra

para un poema tan pequeño!;


ni el escrito

más extenso,


ni su lectura,

ni esa voz entre-líneas


podrían

igualar, siquiera, a alguna de las letras

de tremendo vocablo.


Cuando se está triste,

sin esperanzas,

en soledad,


regalémonos ternura;


no son necesarias grandes cosas:


un café,

un chocolate, una manta,


caricias, susurros

para el alma,


cansada, tal vez,

de ser ignorada

durante mucho tiempo;


si nos brindamos ternura

podremos hacerlo, sin lugar a dudas,

con los otros, los seres queridos,


la gente que pasa por la calle:


un por favor, permiso,

un gracias, un ceder el paso


unidos

a una sonrisa espectacular


todo lo logran, todo.


Y si tenemos que pedir perdón,

porque fallamos, nos equivocamos,

hicimos las cosas mal,


-como humanos que somos-,


ese pedido de disculpas

colmado de la inigualable ternura,


en nuestros ojos,

en nuestros labios,

en nuestro espíritu


llegará, claro que llegará.


Y lo que se creyó imposible,


ese gesto humilde, generoso,

acompañado de todo nuestro equipaje

de ternura,


lo alcanzarán.





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Cristina Del Gaudio

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