La ternura
no se ha ido;
escurridiza,
se introduce por las ventanas,
el viento la transporta,
las flores la perfuman,
los árboles
la refrescan, la incentivan;
la ternura
trepa
muros gigantescos,
imposibles;
¡no hay nada
que pueda con ella!
si se empecina
en regresar,
en devolver aquello
que se creyó perdido,
que se olvidó
en un cajón -oculto pero no tanto-
de nuestra historia;
la ternura,
en la pequeña mano de ese niño,
saludando, sonriendo a quien sea
aún, sin conocerlo;
la ternura
en la mirada de ese animalito:
¡ternura que desarma!
la actitud,
el abrazo, el "vos podés"
inesperado;
el retorno
del brillo en la expresión,
empático, encandilador,
¡y de esos latidos
que no asustan!
¡latidos de emoción,
de ganas, de ansias recuperadas!
¡qué bella palabra
para un poema tan pequeño!;
ni el escrito
más extenso,
ni su lectura,
ni esa voz entre-líneas
podrían
igualar, siquiera, a alguna de las letras
de tremendo vocablo.
Cuando se está triste,
sin esperanzas,
en soledad,
regalémonos ternura;
no son necesarias grandes cosas:
un café,
un chocolate, una manta,
caricias, susurros
para el alma,
cansada, tal vez,
de ser ignorada
durante mucho tiempo;
si nos brindamos ternura
podremos hacerlo, sin lugar a dudas,
con los otros, los seres queridos,
la gente que pasa por la calle:
un por favor, permiso,
un gracias, un ceder el paso
unidos
a una sonrisa espectacular
todo lo logran, todo.
Y si tenemos que pedir perdón,
porque fallamos, nos equivocamos,
hicimos las cosas mal,
-como humanos que somos-,
ese pedido de disculpas
colmado de la inigualable ternura,
en nuestros ojos,
en nuestros labios,
en nuestro espíritu
llegará, claro que llegará.
Y lo que se creyó imposible,
ese gesto humilde, generoso,
acompañado de todo nuestro equipaje
de ternura,
lo alcanzarán.
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