A veces
o muchas veces
se juzga a alguien:
sus actitudes, ciertos comportamientos,
inclinaciones, ideas, preferencias, posesiones;
y no nos detenemos
¡no nos detenemos
a pensar, a recordar
que no somos, precisamente, perfectos!
¡también nosotros podemos irritar
a otros, quizás a muchos, con nuestras actitudes,
comportamientos, inclinaciones, ideas,
preferencias, posesiones, etc!
y lo sabemos
o lo imaginamos, al menos...
pero seguimos,
¡no paramos!
con nuestra retahíla verborrágica
e interminable: fijate aquel, aquella otra,
hace esto o aquello, la vecina de enfrente
se viste de tal o cual forma...es gorda, es flaca,
es antipática, es....como es, ¡¡esa es la verdad!!
¿acaso creemos que somos intocables, que nadie podría objetarnos nada?
¿que no hacemos determinadas cosas
que irritan o podrían irritar a quien fuera?
¿o acaso, sucede todo lo contrario,
en verdad, envidiamos lo que este, aquel, aquel otro
tiene, hace, a lo que se atreve, su ocupación,
su figura, algún bien material, etc?
sería bueno
que nos ocupáramos un poco
en adentrarnos
en nuestra maraña de ideas,
falacias
que tanto contamina nuestra cabeza,
nuestro espíritu,
¡impide nuestra misión!
¡nuestras elecciones,
nuestro rol, nuestras aficiones, deseos,
nuestra vida!
lo que fuera pero nuestro, solo nuestro,
así sean los demás los que nos juzguen,
así nosotros mismos nos juzguemos, (porque lo hacemos
también).
Somos esto que somos,
lo que demostramos y mostramos sin fingir,
sin hacer de cuenta de...sin pretender emular a nadie,
sin anhelar su destino, sus circunstancias...
todos cargamos nuestro propio bagaje
en el que lo malo convive con lo bueno;
nada es como parece,
pues, lo que tanto condenamos
-y en realidad, ansiamos-,
puede convivir con la peor de las situaciones:
una enfermedad, una ausencia, una necesidad insatisfecha.
También aplica a los envidiosos de nuestras cuestiones:
claro que poseemos dones, bienes, personas que nos aman
pero todo ello
va unido a dolores presentes y pasados,
esfuerzos, grandes sacrificios,
un traumático, en ocasiones, no reconocimiento,
la tan temida soledad.
Somos mucho más
y tenemos mucho menos
de lo que suponen
los que no saben nada de nosotros;
y ellos, seguramente,
son mucho más o menos,
poseen mucho más -o menos-,
padecieron mucho, poco o nada
respecto a lo que nosotros,
sin tener idea,
les atribuimos.
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