Resulta que en ocasiones
solo hay que esperar.
La ansiedad,
el miedo
a que no pase lo que fuera;
esa incertidumbre
que carcome el alma,
solo
empeoran las cosas;
quizás, hasta demoran
las concreciones,
al empañar
la emoción
de la llegada
de aquello que tanto ansiamos,
de aquel,
de aquella,
de ese hecho
que hará que algo cambie,
mejore,
al menos, nos alegre el día,
un rato, una semana,
lo que fuera;
cuando se piensa, se desea,
se insiste
¡fervorosamente!
en lo que sea que se ambicione,
puede llegarse a la desesperación;
el tiempo
parece transcurrir o transcurre
más lento;
nuestro humor
se torna insoportable;
cuesta enfocar
en todo, aun en lo cotidiano;
¡cuesta reírse,
conversar,
interesarse en esto, en aquello,
hacer cualquier actividad!
cuesta encontrar sentido
al instante,
entender
que ese instante, este mismo,
el que le sigue,
se evaporan, se evaporarán
y no se repetirán.
¡A disfrutar
de las esperas,
así sean larguísimas!
cuando arribe
lo que tanto queremos,
cuando llegue ese momento,
ese logro,
-en algunos casos,
objeto principal de nuestros sueños-,
será mucho más valorado,
¡cuesta tanto apaciguar
al caballo impetuoso
de la inquietud!
¿no es maravilloso, acaso,
que ciertos objetos, objetivos
nos sorprendan
tipo fiesta sorpresa de cumpleaños?
¡es tan importante
frenar el impulso de apagar
todo pensamiento,
de anular todo acto,
en pos
de eso que tanto nos desvela!
si el asunto se retrasara demasiado
deberíamos frenar todo impulso,
para no arruinarlo,
al detener nuestra vida.
¡Pues podría ser
que nunca aconteciera!
¿entonces?
¿qué sería de nuestros empeños,
de nuestras emociones, de nuestro yo
si nunca llegara
"eso" tan especial?
¿se renovarían las ilusiones?
¿se modificaría, se aquietaría
nuestro mundo onírico?
supongo
que lo que en efecto se recibe,
sea por lo que se hizo, se hace,
-o por casualidad-,
si así nos está destinado,
nos alcanza,
nos alcanzará.
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