Pocas veces
te vi feliz.
Mucho, demasiado
esfuerzo,
mucho, demasiado empeño
en sostener a tu familia,
en que nosotros
estuviéramos bien,
en que no nos faltara nada...
Vos nos faltaste.
Nos faltás.
Demasiado pronto,
demasiado rápido:
tu imagen,
tu voz,
tus risas,
tus retos,
tus dolores,
tu presencia imponente,
se esfumaron.
Bastaron tres meses
y tres días
y te llevaron;
no fue fácil,
en principio continué, como si tal,
incluso, comencé un nuevo trabajo,
sonriéndole
a los posibles clientes,
mientras mi corazón
se deshacía;
entonces
lloraba, a veces a gritos,
cuando estaba a solas.
Ese día
increíblemente, no lloré;
me "distrajeron"
las presencias
en el intento de aliviarme
ante tremenda ausencia.
Hasta que un día salí a la calle
y grité tan fuerte
que sentí como si me desangrara;
liberé
-o pretendí liberar-
todo eso que me acongojaba;
no importaba
si me veían, si me escuchaban.
En otra ocasión,
lo mismo, en un supermercado,
en la esquina
de una góndola;
hoy me digo
o me impongo
no llorar
más lo hago
más son las lágrimas;
cualquier aviso,
comentario, saludo,
lo que fuera
me conduce, inevitablemente,
a revivir tantos momentos;
a revivirte
lejano, cada vez más lejano;
tanto
que temo perder esos detalles;
es probable que complete los huecos
con situaciones, palabras
fabuladas por mi imaginación;
tengo una foto, dos, quizás,
tu alianza,
la lapicera que te dieron
cuando te retiraste de esa empresa.
Es todo.
No, en verdad no.
Tengo tu ejemplo,
los principios, la conducta,
la dignidad,
que sin lugar a dudas,
me inculcaste.
En ocasiones,
suelo ser algo rígida
y me parece verte y oírte
decir o hacer lo que yo estoy diciendo o haciendo
del mismo modo
o similar;
¡me encanta
parecerme a vos!
es mi orgullo.
Cuando besé tu frente helada
aún no me había dado cuenta,
no lo asumía,
no entendía, no sé...
fue luego,
en esos dos lugares
y es todo el tiempo,
en canciones, en problemas,
en alegrías, en novedades,
¡demasiado!
lo que no pude ni podré compartir
con vos;
por eso,
no es hoy,
no es el aviso del jean o lo que sea: "para papá".
Es quizás, entre estas palabras,
las que vendrán,
las que estuvieron y están,
es cada momento
en que un aliento, suave,
cálido
roza mi corazón,
acaricia mi rostro
porque no te fuiste del todo,
estás en nuestra memoria,
la del alma.
No fuiste ni sos reemplazable.
Mucho menos,
olvidable.
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