Vaciar
la cabeza
aturdida,
enmarañada en muchísimas preocupaciones,
por lo general, en vano;
¡tantos hechos se temen,
tantos que probablemente
nunca acontecerán!;
cuestiones del pasado
o de un pasado más reciente
no resueltas
que el tiempo
irá desenvolviendo
como a un paquete de regalo
hasta descubrir
la gran sorpresa:
la revelación
de su escasa, casi nula
importancia;
frente al día a día
que nos enfrenta a desafíos nuevos,
que nos incita
a movilizarnos,
a ser partícipes,
nunca meros espectadores
aburridos,
agobiados, tristes.
¡Terrible
esa continua tortura,
ese estado de alerta permanente!
que en tantas ocasiones
nos imponemos
¿para castigarnos?
supongo
que se trataría de una compensación
ante los innumerables momentos felices,
los besos, los abrazos, los bellos gestos;
en mi caso,
a las alegrías que tantos lectores
me brindaron,
me brindan
solo y nada menos que al reparar en mis escritos,
al detenerse en ellos,
al comentarme tal o cual cuestión;
¡un honor, en verdad!
hay días en que uno se siente flaquear,
se dice: ¡no podré soportarlo!
pero lo hace
y regresa,
y está
y sigue
si es lo que fue y será siempre,
quizás, mejor,
ahora, en un futuro, ¿quién sabe?;
hoy el sol brilla
sobre los techos de tejas,
sobre las fachadas de los edificios,
sobre los árboles aún amarillos, rojizos
y promete primavera;
hoy
así sea con pocas ganas,
se hurga en los viejos cajones
en busca de aquella
o ¿por qué no? de una inédita ilusión;
¿y luego y mañana?
luego, mañana
se verá.
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