Particularmente,
los domingos
tu ausencia
flota, se desliza
a mi alrededor;
puedo percibirla
en mis hombros, en el cuello,
en los labios,
en todo el cuerpo,
en el alma;
¡caprichos
de ausencia!
supongamos, es tu modo
de llegar a mí,
sin que te vea,
sin que se sepa,
sin que vos mismo
lo sepas;
carente de todo
lo que alguna vez nos colmó
de placer, de alegría, de incentivos;
por algo
inventé, invento
este amor
por tu no-presencia
que se ha vuelto casi
una inexistencia;
por suerte,
surgen, siquiera, estas ínfimas letras
que apenas rozan tu infinitud,
nuestra infinitud,
la que nos pareció
un privilegio, un bien
difícil de parangonar
que se nos había dado
para siempre;
pero no.
El tiempo transcurrido
intentó sanar
heridas pequeñas,
heridas más graves
pues no fue así;
esas heridas
no solo no cicatrizaron,
se profundizaron.
Y duele.
Claro que duele
este, todos los domingos
a solas con tu nada
que transformo, literariamente,
en todo, en casi todo
para no llorar,
para no desmoronarme.
Porque hay que continuar,
pese a las imposibilidades,
pese al desamor,
al desdén,
a este gran vacío.
No es tu culpa,
no es la mía.
Fueron las experiencias,
fueron las diferencias,
fueron los años
en este último
¿encuentro?
supongamos.
Nada iría a pasar
con todo eso que teníamos planeado.
Nada.
Lo sabíamos.
Triunfó el temor,
ganaron las "obligaciones",
ganó la resistencia
al cambio, al riesgo.
En fin,
tu domingo
será mucho mejor que el mío,
supongo;
sos muy bueno
en el arte de fingir.
Lo intento, a veces,
-no solo los domingos-
pero no,
no me sale,
no convenzo a nadie,
mucho menos a mí.
Elijo
fantasear
con lo que pudo suceder;
¡caprichos
de poeta!
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