domingo, febrero 23, 2020

El juguete tan ansiado

Yo que tanto temí
perderte,

no entiendo
cómo ese estado
perduró y de ese modo,
durante tantos años;

no entiendo
por qué permití que ese temor
de perder lo no tenido,

parasitara a tal punto
en mi alma,
en mi cuerpo;

Pasé o desprecié, en verdad,
horas preciosas
de mi vida,

horas que no recuperaré
jamás

lamentándome,
sumergida, de lleno, en ese deplorable
estado de autocompasión,

todo por no saber

que el tiempo
me haría entender, aceptar,

ver las cosas
desde otra perspectiva;

que era preciso madurar
para valorar aquello que se tiene

y en ocasiones, al lado,

que nos escucha,
que está;

para reencontrarse, en principio,
con uno mismo,

con sus cuestionamientos,
sus dudas, ¡sus inseguridades!

pero también
con sus pequeñas felicidades diarias,

con sus rincones
favoritos,

con sus pensamientos
liberados de toda presión,

abiertos, despiertos,
¡vivos!

para que regresen los sueños

para que sean tan distintos
o similares
pero colmados de una nueva mirada

emergente,

luego de tanto padecer
con la convicción de que ese padecimiento
acabaría con uno, con todo.

Nada es definitivo
salvo el miedo
si no se lo contiene,

si no se le aportan
planes, ideas atrapantes,
posibilidades,

ambiciones
que apunten al crecimiento,

a confiar, una vez más,
en nuestro espíritu,

en nuestro andar, equivocado o no
pero propio,

nuestro,
definitivamente nuestro.

Tuvo que transcurrir
un prolongadísimo periodo

para que llegara a comprender
que nadie es de nuestra propiedad,

que lo que tanto ansiamos,
perseguimos

no siempre es lo bueno
para nosotros;

que muchos vacíos,
vacíos que provienen de otros vacíos
jamás o erróneamente colmados

se intentaron, se intentan ocultar
con esas obsesiones enfermizas
y enfermantes;

ese afán ridículo de poseer
lo que no se puede,

solo por su carácter
de dificultad.

Como pasa con los chicos,

con respecto a ese juego, juguete tan ansiado,
el que no obtiene de inmediato:

una vez que llega a sus manos,
es un momento, un día, un poco más

y se deja a un lado,
junto a otros tantos
que antes o mucho antes
también fueron
pedidos, reclamados,

¡llorados!

hasta el cansancio.



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Cristina Del Gaudio

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