Me siento
y escribo.
No sé bien sobre qué,
ignoro la razón,
¿qué es eso de que hay que tener
ideas en la cabeza
para poder escribir?
me siento
y escribo.
Y en el habitual ejercicio
de escribir, escribir y escribir
aprendo, me enriquezco,
crezco.
Las letras no se ponen muy de acuerdo,
las palabras tardan en integrarse,
algunos días;
en otros,
surgen, explotan,
pugnan por escapar de los márgenes,
me imploran
que las coloque aquí mismo
o donde sea;
a veces,
me hallan dormida
o cansada o desganada,
o triste, abatida;
aun así,
me empujan,
me acorralan,
me arrojan a esta silla,
encienden mi computadora
y allí están,
sonríen ¡y no puedo resistirme!
tan tremenda expansión,
tan inmanejable deseo,
ese irracional y racional
impulso;
entonces,
me siento
y escribo.
Puedo llenar pantallas,
hojas en blanco,
hojas del tipo que sean,
papeles, servilletas
todo sirve
para imprimir esas líneas
con mucho, poco,
ningún sentido;
aunque me lo propusiera
no podría interrumpir
el proceso;
sería
como dejar de comer
o de beber agua,
el cuerpo
me lo demandaría,
-de hecho, lo hace-;
escribir
siquiera, para contarles
lo increíble de este hacer,
lo difícil, en tantas ocasiones,
cuando la nostalgia,
alguna situación lacrimógena no resuelta,
algún lugar, alguien
se deslizan
entre todo ese entramado
que no puede acallarse,
que se traduce, para bien,
para mal,
para nada,
en este, mi idioma,
con sus regionalismos,
-más alguno que otro vocablo
prestado-
que me vincula, inexorablemente,
a tantos amores, sitios,
vivencias
reales,
transitadas,
imaginarias.
No hay comentarios:
Publicar un comentario