Sueño
con que el aire es puro,
el agua no está contaminada
en ningún sitio;
la gente camina
libremente,
no hay miedos,
no hay personas malintencionadas,
nadie goza
con el sufrimiento de nadie,
no hay violencia,
no hay virus
amenazantes;
el sol brilla
y no lastima,
el viento lleva hojas
de un otoño anticipado,
la gente las junta,
conserva algunas
y ríe,
ríe de todo y por todo
-pero no se trata de ironía-,
ríe porque ama la vida,
aprecia a cada ser vivo,
no necesita
de grandes cosas
-o las que se consideran grandes cosas-
para sentirse así de bien;
sueño
con un mundo
en que el otro no es mi enemigo,
ni yo, el suyo,
así, pensemos, elijamos
en forma distinta;
no busca herirme,
ni provocarme
ni amenazarme;
el otro y yo, entendemos
-en mi sueño, claro-
que aquel al que no aprobamos
un día podríamos ser uno de nosotros
difamado, ¡condenado!
por los demás,
por nuestros pares,
inclusive.
En este sueño
del que no quisiera despertar,
nadie miente amores,
ni miente emociones,
ni miente amistad,
ni comprensión,
ni oídos atentos;
en este mundo
que quizás,
nunca sea posible,
importa lo que le pase
a quien sea,
antes que a uno mismo,
¡importa, también, lo que pasa
con uno mismo!
importa estar,
compartir, amar,
¡ser!
en este mundo
de mi subconsciente
o no tanto,
todo puede suceder;
los temores, la angustia
se toman un descanso;
mas cuando despierto
regreso a lo que en verdad sucede
o no sucede,
¡tanto para preocuparse,
por ocuparse!
tanto dolor
que enmendar,
tanto odio,
tantas divisiones,
tanto padecimiento
que, en algún caso,
podría evitarse;
y lloro esta vida
que no me está gustando en absoluto,
aunque no dejo
no quiero dejar
ni por un instante
de creer
en una no tan lejana
transformación,
una hoy impensable revalorización
de lo que importa.
Tal vez,
yo no llegue a verlo;
pero confío
en que las siguientes generaciones,
los que queden
luego de este inmenso caos
armarán un sitio
mejor, mucho mejor,
para entender, al fin
y hallar el verdadero, el único sentido
de la existencia.
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