No entendía
esa tristeza, ese agobio,
en la mirada de mi papá.
Incluso...¡me molestaba!
yo no sabía
-y no me importaba demasiado-
el o los motivos;
no caía en cuenta
de lo que costaba
mantener nuestra casa,
¡mantenernos!
de cuánto tenía que soportar
en esa empresa,
día tras día
y luego, agregar otras alternativas:
"changas", se les decía,
para que el dinero alcanzara;
aun así,
jamás cedió a ninguna de las tentaciones,
de las seducciones del mal,
a las que algunos o varios
ceden,
¿acaso, el miedo los puede?
¿la desidia, la pereza,
la búsqueda inmediata de una supuesta "seguridad"?
entonces,
yo no sabía nada de esto
ni de muchas cuestiones.
No sé qué me preocupaba,
quizás, nada,
salvo el enamorado de turno,
por lo general, más capricho que amor;
creía
que esa era la forma de querer,
divertirme, pasarla bien
así,
me costara empleos que detestaba,
levantarme tempranísimo
cada mañana
con rabia,
siempre con rabia;
por eso, buscaba subterfugios:
salidas, compras,
todo servía
para ocultar
lo mal
que en verdad, me sentía;
algo me decía
que todo acabaría,
que un día me daría cuenta
pero insistía e insistía
en lo mismo,
-esto por largos años-.
Mi padre me dijo un día
que tenía miedo.
Había pedido el retiro de su empleo
¡¡luego de cuarenta años!!
no supe entenderlo,
yo también tenía miedo,
¡él era el fuerte,
él era el sostén!
así había sido siempre,
¿qué ocurría? ¿por qué me confiaba esos temores?
no supe contenerlo,
me oculté
en los míos;
me alejé
de ciertas personas
que parecían amigables,
amorosas, increíbles
y era todo lo contrario;
al poco tiempo,
mi papá falleció.
Tres meses duró su mal
o tal vez, venía de antes
hasta que esa tremenda madrugada
una voz en el portero eléctrico
me anunció que todo había acabado;
seguí y seguí,
incluso, cambié de trabajo,
busqué alternativas
y volví a cambiar una, varias veces;
lloré poco,
mucho más lo hice después.
Lo hago.
Mi mundo ya no fue igual.
Me sentí sola, de pronto,
ahora me doy cuenta
de que esto perduró
y a veces, se repite;
ya no tapo infelicidad
con distracciones ficticias,
ya no busco esos consuelos
efímeros.
Si estoy mal,
es lo que siento.
Hoy en mi mirada
llevo muchas veces una tristeza,
un agobio,
similares
a aquellos de mi papá;
al caer, estrepitosamente,
en la realidad,
lo comprendí,
lo comprendo,
me comprendo.
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