Cuando permitimos
que los grises
se tornen más grises;
se instalen, cómodamente,
dentro de nuestra cabeza,
¡en nuestro espíritu!
cuando creemos,
cuando nos convencemos
de que no podemos
con algo,
con alguien,
con nosotros mismos;
¿con un recuerdo?
cuando ni el sol
nos ilumina lo suficiente;
ni la rosa más bella
nos moviliza;
cuando vamos por la calle,
le sonreímos a alguien,
sabedores
de que estamos fingiendo;
cuando deseamos sin desear,
anhelamos sin anhelos,
comemos sin apetito,
dormimos sin cansancio;
cuando nos resignamos,
convencidos
de la imposibilidad de concreción
de nuestros sueños, ideas, proyectos
y entonces, decidimos no retomarlos,
dejarlos ir;
cuando las pesadillas
se imponen a aquellos fantásticos
delirios oníricos;
cuando no nos mueve nada,
no nos atrapa, no nos enciende
la vida;
deberíamos insistir,
deberíamos comprendernos en esos momentos horrendos,
hacérnoslos más simples;
para luego dejar que esos terroríficos mandatos, negaciones,
cómplices del mal,
-un mal que nos hacemos nosotros mismos-
nos teman ¡y huyan!
¿nuestras armas? la reconexión
con aquellas pasiones, las de antes, las nuevas,
las que se nos ocurran;
recurrir a nuestras habilidades, dones, gift,
-como prefieran llamarlos-;
en fin,
lo nuestro, lo propio.
No es fácil.
La resignación
se asemeja a una de esas almohadas mullidas
de las que nos cuesta desprendernos
algunas mañanas;
¿rezar?
no sé.
Solo si se cree, si se tiene fe.
De lo contrario,
no sirve.
Hay posibilidades.
Existe un nuevo día y si no es este
será el próximo,
en que probablemente,
los grises ya no se vean tan grises,
¡en que nos reencontremos con el color!
elegir es la clave.
Elegir los pensamientos, los enfoques,
la perspectiva;
los extractos del pasado
que nos sumen;
volverá ese tiempo.
No de igual modo,
¡no somos los mismos!
volverá la ilusión,
el empuje, las ganas
nuestras risas
serán auténticas,
sanaremos.
Volverán los delirios oníricos,
aunque renovados,
¡mucho pero mucho mejores!
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