Es cierto
que si deseás
algo,
o a alguien,
sea lo que sea,
sea quien sea,
con mucho, mucho, ¡muchísimo!
fervor;
si hasta resultó y resulta ser huésped habitual
de casi todos tus sueños,
el Universo,
-si querés llamarlo así-,
o Dios
o como prefieras
nombrarlo,
-según tus creencias-,
te lo concederá;
tal vez,
la espera sea demasiado larga,
tal vez,
pasen meses, años,
muchísimos años,
el resto de tus días.
Pero habrá una señal,
quizás, muy débil, imperceptible;
al punto
de que apenas lo adviertas;
al punto
de que peligre la posibilidad
de gozar, al fin,
de ese momento tan ansiado,
de ese instante
de secreta, deliciosa
felicidad;
pero esa señal
existirá.
Esto si realmente,
tu cuerpo, tu sangre, tus huesos,
tu espíritu, tu corazón,
¡todo vos!
está enfocado en ese anhelo:
ese bien,
ese logro, ese encuentro,
aun si lo hubieras dado
por perdido,
sucede, ¿mágicamente?
al parecer, se alinean los planetas
y de pronto...
¡ahí está!
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