Miró el cielo azul.
La ira, la pena,
combinación catastrófica,
fueron
poco a poco
alejándose
de su atormentada
cabeza;
Era solo enfocar
esa inmensidad,
con una, dos nubes
a lo sumo,
pintadas
por el artista universal
para darle
ese toque sublime.
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¡Los colores
de nuestro país!
no los olviden.
Especialmente
los que se fueron,
los que no resistieron,
los que detestaron y siguen detestando este sitio;
los que siempre pensaron
y piensan
que en otro lugar
iba a ser, es diferente,
¡y mucho mejor!
sí, tal vez,
trabajando duro,
muy duro
-los que se van sin dinero-
obtengan ese bien
tan ansiado;
pero ¿por qué, entonces,
esa rabia contenida o no,
esa culpa, ese remordimiento,
esa añoranza
que optan por ignorar?
"¡hay que reunir todo lo posible,
acá nos hacemos ricos!"
-su idea, su propósito-;
pobres se fueron,
pobres serán siempre.
Pobres de raíces,
de su infancia, sus amores,
sus recuerdos, sus antepasados;
aquí
creen que no dejan nada.
Y lo dejan todo.
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Un día serán ancianos,
probablemente, muy ricos,
y les pesará aquel amigo,
esa antigua novia o esposa;
habrá en su interior, siempre en su interior,
algunas lágrimas por aquellos tiempos,
jugando a la bolita, a las muñecas,
tomando la leche
que su madre, incansable, les preparaba;
¿sus hijos?
ya serán grandes
para entonces
sin mucha paciencia como para ocuparse
de ellos;
obvio, los hijos
de ese segundo matrimonio
que fue próspero
económicamente.
Y un día se verán a las puertas de la Parca,
con los bolsillos vacíos,
al igual que sus sueños, sus deseos,
¡su vida!;
ya no habrá lugar
para llantos, reconciliaciones, abrazos,
regresos,
nada.
Sus descendientes
comprarán, sin lugar a dudas,
el mejor de los ataúdes,
sus nueras, alguno que otro amigo,
el que le quede,
-más vecino que amigo-
le arrojarán las más hermosas (y caras) flores
a su paso, en el cortejo
y hasta se persignarán
frente a su tumba
en el cementerio:
el más lujoso de todos.
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