Ordenada,
¡ brillaba!
su fortaleza, sus principios;
siempre con su guardapolvo blanco,
impecable;
siempre en su lugar,
siempre respaldándonos,
asegurándonos
ese orden, esa tranquilidad
que entonces
se respiraba en su oficina,
en el patio de la escuela,
en las aulas.
Por ella.
No se la veía demasiado
pero sabíamos que estaba,
para lo que fuera,
siempre estaba.
Quedó grabada en mi memoria,
en mi corazón,
como quedan antes que nada ni nadie
los grandes,
¡no por jactanciosos!
los grandes
que nunca pierden su humildad,
¡su humanidad!
cumplía con su deber
y lo excedía;
A veces, se hacía la dura,
la enojada.
¡Pero cuánto nos quería!
-lo sabíamos-.
No hacía falta nada más que su mirada
-aprobadora o desaprobadora-
para sentirnos cuidados,
para sentir su calor, su confianza.
Ella partió
como ¡maldito sea!
se van los mejores;
pero están las enfermedades,
luego, los años...
y un día
nos encontramos solos
solos
sin aquellos personajes
que fueron y serán por siempre
nada menos que una parte muy importante
de nuestra vida;
que descanses como merecés
querida Elsa:
mi directora, la de tantos,
en nuestra querida escuela primaria;
presente en las primeras letras,
en los primeros pasos,
en contribuir a moldear nuestro carácter,
a guiarnos,
iluminarnos
para siempre.
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