miércoles, agosto 23, 2023

No hubo avisos,

 no hubo indicios;


de pronto:


"papá está muy enfermo",

alguien reveló;


yo estaba yéndome,

siempre me estaba yendo,


siempre

en otra parte,


fuera de...

¿huyendo de...?


y seguí.


Mis circunstancias

estaban por modificarse,


ordenarse,

en muchos sentidos.


No tomé

conciencia de ello,


no en ese momento.


Pasó lo peor,

lo había imaginado


pero fue muy distinto

cuando sucedió;


un hombre de blanco

nos dijo que habían hecho

todo lo posible y blablabla


no pude escucharlo 

más.


Me había quedado sin papá.


Y eso era todo.


Un beso en la frente

y un te quiero


la última vez

que lo vi.


Luego, el beso

en una frente helada,


la nada.


¿Cómo explicarlo?


mis cosas estaban cambiando,

había mejorado en muchas cuestiones


y de pronto,


en unos pocos meses,

luego de tres días de internación,


el vacío.


Yo que me deshago en lágrimas

por absolutamente todo,


misteriosamente,

no pude llorar.


Cuando era muy chica

imaginaba qué pasaría

si no lloraba en el velorio de mis abuelos.


No sé si esto 

tiene algo que ver


con ni una lágrima

en el de mi papá.


Salí, conversé con gente

que dice siempre las mismas cosas,

ya sabemos,


¡hasta almorcé

y nunca almuerzo!


pasó ese momento,

pasó ese día.


Al siguiente, estaba en la calle

y de pronto, caminé, caminé

cada vez más a un ritmo más rápido.


Estaba ciega,

como envuelta en una niebla muy espesa.


Entonces sí,

grité,


¡grité!


sin importar quien me escuchara,

sin pensar, sin poder evitarlo,


no sé por qué 


de pronto,

ese grito que no fue ni será como ningún otro,


surgió desde adentro,

muy adentro mío,

 

como un estallido, como una explosión,


hasta convertirse

en un llanto imparable.


Estaba sola.


Mi papá había muerto.


No más sus tangos en el Winco,

no más sus retos,

sus consejos,


sus tés de tilo,

cuando estaba nerviosa por algún examen

o por lo que fuera,


no más


sus ojos verdes,

inolvidables.


no más


su presencia fuerte, única,

sólida.


Estaba sola.


Llorando en cualquier parte,

sin poder detenerme.


Tuve que preguntar

a quien haya sido

dónde estaba

y qué micro tenía que tomar para el regreso


a esa casa

en la que él ya no estaría.


No puedo explicar

la sensación de ese retorno:


el galpón vacío,


sus herramientas,

ordenadas, quietas.


¡el silencio!


continué con mis cosas,

como pude,


a pesar de la peor de mis pérdidas.


Aun así, supe enseguida

que mi vida

cambiaría,


inexorablemente.

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Cristina Del Gaudio

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