Si estuvieras
en estos pequeños
martirios cotidianos;
¡si estuvieras!
en voz, en letras,
¡en presencia!
quizás,
tu abrazo lo convertiría todo;
Aunque sé bien
que a esta altura
debería bastarme
con mi propio abrazo,
ser yo misma
quien me dijera esas palabras precisas
para que todo o algo reinicie;
para que no opaque mi día
con ese, con cualquier conflicto;
para que recuerde
algo muy importante:
cuenta cada segundo,
cuenta cada minuto;
si me lo repitiera
con frecuencia,
si dejara de repetírselo a quien sea
y me lo auto-destinara,
probablemente
no estaría añorándote
ni a ningún otro,
convencida
de que solucionarían
cualquiera de mis dificultades.
O al menos,
las comprenderían,
me comprenderían.
Resulta
que una vez más
estoy huyendo
de mis responsabilidades,
arrojándote y también a algunos más,
-incluso, a algunos que ya no están-,
mi ocasional o no
más, menos pesada mochila;
claro,
es mucho más cómodo
apoyarse en quien sea;
pues, encarar el devenir de la existencia,
ponerle el hombro
cuesta,
agobia,
da miedo.
De todos modos,
al parecer,
nadie vendrá a levantarme el ánimo,
a decirme qué debería hacer
qué decisión tendría que tomar.
Solo a mí atañen
mis enredos preocupantes
y debería dejar de preocuparme
y ocuparme
en verdad.
Muchas veces
nos confundimos.
Depositamos
ideas equívocas en otros,
los cargamos
con una extenuante problemática
que es solo nuestra;
y nos enojamos
si pretenden quitársela
o muestran desinterés;
los consideramos
hacedores de una especie de milagro:
el de resucitarnos,
el de levantarnos del sub-mundo,
el de devolvernos
esa energía en caída ¿libre?
por suerte,
esto me sucede
alguno que otro día,
o simplemente,
se trata de una fracción
y pasa.
Como todo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario