Me interné
en ese bosque.
Todo oxígeno,
todo alivio,
todo aroma
a pinos,
todo
contención, frescura,
renovación;
me interné,
me sentí una
con ellos,
altos,
añejos, algunos,
otros,
recién estrenados;
árboles,
¡tantos, tantísimos árboles!
entre los que me oculté
de mi desesperación
y ya no volvió
a hallarme;
fui verde en medio de las imponentes copas,
fui gris cual los firmes troncos,
fui marrón verdoso
como las generosas piñas;
fui parte
sin que ellos lo pidieran,
sin que me lo negaran;
me volví invisible
ante los males del mundo,
ante los males humanos,
apartada de tanta destrucción,
ira, violencia;
no tuve que llevar dinero,
toda esa belleza,
todo ese abrazo natural
me estaba destinado
sin costo alguno.
Sentada
sobre la tierra húmeda,
todos mis sentidos
fascinados;
quise extender mis brazos
para que fueran ramas,
mis pies, raíces,
mis cabellos,
ramilletes generosos,
verdes, amarillentos,
cubriéndome de algunas hojas
aún ataviadas de otoño,
a punto de caer,
suavemente, en silencio,
como suelen hacerlo
los que dieron todo,
los que nunca, nada
reclamaron.
No hay comentarios:
Publicar un comentario