No está
nada mal
que a algunas cosas,
personas,
situaciones,
no pueda accederse.
No está
nada mal;
mantiene vivo
el deseo,
inyecta, cada día,
esa dosis de ansiedad,
de ¿por qué no hoy,
quizás, en un rato?
esa adrenalina
que nos impulsa
a resistir,
a imaginar
historias que pueden ser
solo pensadas
y hasta sentidas;
historias
que podríamos vivir,
¡nuestro tiempo
sigue!
historias
que podrían derivar en poemas,
en ideas,
creatividad
a desplegarse
en la actividad que sea;
en algún tipo de arte, aplicación,
en el que nunca se nos hubiera ocurrido
siquiera, incursionar.
Si un día, al despertar
sucediera
¡la insospechada concreción
de ese bien tan esperado!
probablemente, perdería el ancestral encanto,
así, se tratara de un amor, una aspiración,
una espera que hasta ese momento, hubiera parecido eterna.
Quitaría su sentido,
¡todos los sentidos!
aniquilaría lo ilusorio,
el inquietante
anhelo,
¡paleta de inéditos colores!
en permanente pugna
con el absurdo
transcurrir
del tiempo,
si se despojara
de la insustituible
experiencia onírica.
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