me oculto
tras las rejas ficticias;
solo así
me siento a salvo;
aunque sé que nunca se está a salvo,
-no me es ajena la incertidumbre de la existencia-;
como sea,
en este sitio
hay paredes que me contienen,
un regazo que me cobija,
un sillón para llorar
-espero que no para morir,
parafraseando a Cortázar-;
también, un sitio blanco
sobre el cual volar,
con mil letras
que, a su antojo,
retozan, me piden,
les urge el decir.
Quizás, me oculte,
es probable,
quizás, me inhiba
la incomprensión
de tantos no-iguales;
a veces me auto-incluyo,
intento pensar de igual manera;
por ahí, me encantaría
que todos, en verdad,
pudiéramos ser parte del mismo todo,
pero no resulta tan simple;
por ahora, sigo acá,
hablando en medio de un silencio
que solo yo percibo;
mientras mi voz siga apuntalándome;
mi voz,
la voz temerosa, silenciada,
prohibida
de tantos;
(suele ocurrir, en ocasiones,
que esos tantos, nosotros mismos
sean, seamos esos censores);
por mi parte, me oculto
observo todo,
pienso, cuento,
intento hacer ver;
luego, salgo a buscar
-como animal que soy-
mi alimento
entre los perfumes, las risas,
los colores, las miradas,
las penas, las preocupaciones,
la violencia -contenida o no-,
la desidia,
alguien
me presiente,
me observa;
nuestras sonrisas se cruzan,
misteriosamente, un instante;
de regreso, vuelvo a ocultarme
tras estas rejas, ficticias;
hurgo, ávida, en tan rico tesoro,
¡delicioso elíxir!
dice la incitante imaginación;
las palabras
explotan por dentro,
hasta que logran salir,
¡gritan su libertad!
la transmisión
recomienza.
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