jueves, diciembre 12, 2019

Como animal que soy

me oculto
tras las rejas ficticias;

solo así
me siento a salvo;

aunque sé que nunca se está a salvo,
-no me es ajena la incertidumbre de la existencia-;

como sea,

en este sitio
hay paredes que me contienen,
un regazo que me cobija,
un sillón para llorar

-espero que no para morir,
parafraseando a Cortázar-;

también, un sitio blanco
sobre el cual volar,

con mil letras
que, a su antojo,
retozan, me piden,

les urge el decir.

Quizás, me oculte,
es probable,

quizás, me inhiba
la incomprensión

de tantos no-iguales;

a veces me auto-incluyo,
intento pensar de igual manera;

por ahí, me encantaría
que todos, en verdad,
pudiéramos ser parte del mismo todo,

pero no resulta tan simple;

por ahora, sigo acá,
hablando en medio de un silencio
que solo yo percibo;

mientras mi voz siga apuntalándome;

mi voz,

la voz temerosa, silenciada,
prohibida

de tantos;

(suele ocurrir, en ocasiones,
que esos tantos, nosotros mismos
sean, seamos esos censores);

por mi parte, me oculto
observo todo,

pienso, cuento,
intento hacer ver;

luego, salgo a buscar
-como animal que soy-
mi alimento

entre los perfumes, las risas,
los colores, las miradas,

las penas, las preocupaciones,
la violencia -contenida o no-,
la desidia,

alguien
me presiente,
me observa;

nuestras sonrisas se cruzan,
misteriosamente, un instante;

de regreso, vuelvo a ocultarme
tras estas rejas, ficticias;

hurgo, ávida, en tan rico tesoro,

¡delicioso elíxir!
dice la incitante imaginación;

las palabras
explotan por dentro,

hasta que logran salir,

¡gritan su libertad!

la transmisión

recomienza.

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Cristina Del Gaudio

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