domingo, diciembre 29, 2019

Extraer aquello que sume

Pena me da

la  ignorancia;

no se trata de haber leído,
estudiado,
de saber más o menos
de esta, de cualquier materia;

no se trata de acudir o no
a alguna institución
que enseñe -o pretenda enseñar-
lo que fuera;

está bien
que se aprenda, claro,

pero cada uno debería extraer
de toda esa información,
de toda esa verborragia,

aquello que le sirva,
le sume,
le haga ver,

le haga ver-se.

Las escuelas, academias, universidades
y demás,

solo brindan herramientas,
los docentes arrojan sus ideas,
recomiendan textos según su propia postura,

algunos, con un muy evidente fervor
e insistencia;

está en el alumno,
en el discípulo

adaptar esos dogmas,
si se quiere,

reconvertir
esas extensas diatribas

según la propia existencia;

confiar, cada uno, en su discernimiento,

no tomar, a ciegas, todo lo que le dicen, recomiendan,
proporcionan,

ni los docentes, ni los periodistas,
ni los políticos, ni los religiosos,
ni el Papa,

nadie.

Somos libres,
naturalmente libres,

crecemos
de modo no muy distinto

a ese pino, a ese pájaro,
a esa flor;

ellos no cambian,
no transforman su desarrollo,
su destino, -podría decirse-

a pesar
de todas las inclemencias climáticas,

resisten,
siguen,
se reinician,

hasta el final.

No necesitan que se les indique
qué hacer, cómo seguir,
cuándo florecer
o dejar de hacerlo;

no están pendientes
del pensamiento, la mirada,
la atención,
las palabras

de nadie.

Así,
debería sucedernos.

Cualquiera llega
y nos convence,

por eso, las religiones,
por eso, los fanatismos
de toda índole;

por eso...¡la idolatría!
¡cuán deplorable significante
para tan peligroso, tétrico
significado!

Somos esto que somos.

Es nuestra esencia,
morimos en vida
si nos alejamos de ella.

No debería
nadie, en ningún ámbito,
cambiarnos,

ni siquiera intentar
hacerlo.

Deberíamos enorgullecernos
¡mucho más!
de ser como somos.

¡Sostener, defender nuestra verdad!

a pesar de ellos, de otros,
de los que estuvieron, de lo que afirmaron,
de los que están, de lo que afirman,

de lo que aseguran, muchos y en tantas ocasiones,
sin asidero alguno.

Aun, en medio
de ese aplastante ronroneo enloquecedor,

no olvidar, jamás,
lo que importa:

somos únicos,
irreemplazables,

¡libres!





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Cristina Del Gaudio

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