Aunque las penas
se empeñen
en seguirnos
el día que sea,
laborable, de festejo,
Navidad.
Aunque el dolor
haya quedado apretado en el estómago,
cierre la garganta,
opaque el alma
y no haya manera
de extirparlo.
Así,
nos convenzamos
de que esta vez pudimos,
de que no insistirá
en su acecho;
de que las lágrimas, contenidas
se solidificarán
y no volverán
a presentarse;
puede que se regrese
en un día como este
o en cualquier otro
a esas palabras,
a la tan horrenda sensación
ante un adiós nunca deseado;
puede que retorne esa imagen
del ser amado
partiendo
hacia otros rumbos,
hábitos, amores;
puede que pase,
¿por qué no?
¡que sirva la vuelta de esas lágrimas,
entonces!
que limpie esos rastros
que no nos dejan ver
que nos impiden
vincularnos,
que nos alejan
de los otros,
¡ellos no tienen nada que ver!
todo es posible
cuando los sentimientos se liberan;
puede que sonríamos
y consigamos seguir
o hacer que seguimos,
que compartimos esa alegría
siquiera, por ese momento,
durante ese rato, junto a los otros,
los que, insisto, no tienen nada que ver,
ni por qué participar
de nuestra tristeza;
puede que logremos tener ese brindis
con quienes también, amamos
-claro que de otro modo-,
o con quien sea,
a sabiendas
que no será con vos,
como no lo fue aquella vez,
ni aquella otra,
ni en tantas ocasiones.
Al parecer,
tampoco lo será en esta oportunidad.
Probablemente
-pese a que cueste y mucho
aceptarlo-
no podrá darse aquello,
ni algo parecido,
nunca más.
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